Ensayista, publica «Energetismo. Postevolución»

Alfredo González Colunga (Oviedo, 1963), artista multidisciplinar y ensayista, desarrolla esa propensión a aglutinar saberes en Energetismo. Postevolución, un libro en el que pretende «contra la vida y la evolución de otra manera». Este ensayo desborda cualquier disciplina y propone nuevos esquemas interpretativos de los fenómenos sociales.

-En el libro se percibe un afán de síntesis muy fuerte ¿Su pretensión es descubrir las leyes básicas que lo rigen todo?

-No?. me habría hecho de oro con las quinielas. La apariencia de síntesis viene del enfoque, muy sencillo, que pretende contar la vida y la evolución de otra manera, sirviéndose de preguntas muy básicas que cualquiera puede hacerse. Preguntas que a su vez vienen de lo que se suelen considerar verdades incuestionables: si admitimos como cierto lo que todos aprendimos en la escuela, que la energía es la capacidad para realizar trabajo, y que los sistemas vivos requieren energía -un bien o bienes determinados, que les permiten realizar un trabajo para subsistir-, entonces podemos plantearnos la vida, y la evolución, como una competencia por el acceso a energía, a esos bienes. La sensación de síntesis viene de buscar los elementos más sencillos que definan ese proceso.

-Arranca con ¿qué es la vida? una pregunta clásica. ¿Qué respuesta tiene para ella?

-Aquí sí creo tener una respuesta clara y de consecuencias interesantes. Un sistema vivo es una estructura que captura energía con un doble fin: conservar esa estructura y ser capaz de continuar capturando energía en el futuro para mantener esa estructura también en el futuro. Partiendo de esta definición simple podemos intentar enumerar qué funciones encontraremos en todo sistema vivo. Y veremos que todo sistema vivo, necesariamente, localiza energía, la captura, la metaboliza y la redistribuye a sus subsistemas, de forma que pueda seguir localizando, capturando, metabolizando? en una espiral sin fin. El perpetuum mobile era esto. Por otra parte, como la energía -los bienes a los que tienen acceso los sistemas vivos- pueden cambiar, nos encontraremos que los sistemas vivos también necesitan invertir para poder capturar energía en un futuro incierto. Se degradan, por lo que necesitan herramientas de conservación, a las que denomino homeostáticas (el nombre, por supuesto, es opcional, pero la función no), y pueden necesitar competir con otros sistemas por esa energía, por lo que también necesitan herramientas de ataque/defensa. Y finalmente, pero no menos importante, deben optimizar su uso, por lo que encontrarán ventajoso disponer de un subsistema decisor, capaz de gestionar los recursos en cada momento. Esta lista de necesidades puede parecer un poco densa, pero en el libro está explicada paso a paso con bastante claridad. Lo interesante de la definición que acabo de dar es que no he utilizado términos biológicos, sino funcionales: una descripción de los subsistemas que el sistema vivo debe poseer. Si aceptamos esa definición, entonces podemos plantearnos muchas cosas de otra manera.

-Afirma que «un Estado también es también un sistema vivo». Explíquese.

-A una afirmación de este tipo me refería, precisamente. Si aceptamos esa definición de vida en términos funcionales podemos abstraer, por un momento, nuestro modo biológico de pensar la vida y plantearnos: ¿qué estructuras responden a este esquema? Y descubriremos con sorpresa que un Estado, por ejemplo, responde con total precisión a esta definición. El Estado necesita localizar energía (investigar, buscar nuevas tierras, materias primas o procesos tecnológicos), tiene un sector primario que captura esa energía, uno secundario (utilizo ahora terminología económica) que produce bienes con esa energía, y uno terciario que los distribuye. También debe invertir en capturar energía futura -lo hace a través de la educación-, dispone de herramientas homeostáticas -policía, bomberos, sanidad, justicia- y compite con otros estados, por lo que tiene un ejército. En resumen, hemos encontrado, uno por uno, los subsistemas con los que definíamos a los sistemas vivos. Luego podemos decir que un Estado es un sistema vivo social. Pero ya no como una metáfora, sino como realidad que podemos, y debemos, incorporar a la evolución como proceso.

-¿Cuál es la novedad que aporta el libro?

-Son varias. Esta definición de vida permite replantear tanto qué es la vida (que se amplía de lo biológico a lo social), como qué es la evolución. Uno de los principales pesares de Darwin al ver la evolución como una lucha por la existencia era que, a pesar de sospechar que la había, no conseguía demostrar una flecha, un progreso, en la evolución. Es un tema que aún hoy se sigue debatiendo. Pero si en lugar de preguntarnos «en qué es superior el hombre al mono, o al escarabajo» comparamos el primer sistema vivo con los grandes sistemas vivos sociales actuales, el progreso aparece sin ninguna duda, y puede resumirse de la siguiente manera: estos grandes sistemas vivos sociales son crecientemente capaces de predecir sus limitaciones energéticas y, al menos potencialmente, de solucionarlas y entrar con ello en una nueva fase no evolutiva, sino postevolutiva. El camino del progreso es el camino hacia unos sistemas vivos progresivamente conscientes de su capacidad de solucionar sus limitaciones energéticas, y por ello progresivamente robustos.

-¿Cómo opera en la realidad ese esquema que usted propone?

-En un apéndice del libro aplico este esquema universal de los sistemas vivos a la Economía, y se descubren cosas muy interesantes: en los sistemas económicos existe un ciclo de circulación de la energía, y otro exactamente inverso de circulación del dinero. Lógicamente, cualquiera de las funciones que he mencionado antes en los sistemas vivos tiene valor energético, presente o futuro, y por lo tanto valor económico. Pero es fácil observar que mientras se crea dinero, a través del mecanismo del crédito, para la generación de bienes y servicios privados, no se crea para la satisfacción de otras necesidades (sanidad, justicia, por ejemplo) que tienen el mismo valor energético que las primeras. Y eso produce tremendas distorsiones en el sistema: la magnífica noticia que supone el incremento de la productividad mundial se convierte en un problema, porque no se crea el suficiente dinero para destinar a todas las personas que ya no son necesarias en el sector productivo a trabajo social, entendido en un sentido amplio.

-¿Y sómo se resuelve esa situación?

-Ahora en España encontramos un sector productivo -millones de empresas- que quiere producir más, y millones de personas con los brazos cruzados deseando hacer algo. Es obvio que hay que crear dinero para satisfacer múltiples necesidades sociales y, simultáneamente, permitir a las empresas producir más, y la forma de hacer esto es mediante deuda pública. Es un tema muy de actualidad, y se plantea como una amenaza. Pero no hay ningún peligro de que la deuda se dispare indefinidamente, existen factores limitantes: de un lado está el número de desempleados, que es finito. Y del otro está la propia limitación del sector productivo: no se puede crear más dinero con fines sociales del que puede respaldarse produciendo bienes. Pero tampoco menos. Aunque, por otra parte, la solución no puede ser únicamente estatal, sino global. Supongo que pronto aprenderemos esto y el mundo será bastante más satisfactorio para todos. Más robusto. Postevolutivo.