Lo confieso (y me sonrojo al hacerlo, claro). Antes de leer Kate Moss Machine (Península, 2010) de Christian Salmon apenas tenía una vaga idea de quién era Kate Moss. Confieso también (y de esto me sonrojo menos, evidentemente) que si he leído este libro no ha sido, pues, por el interés que despierta en mi la persona y figura de la Moss, sino por la sensación agridulce que me provocó la lectura del anterior y exitoso libro de Salmon, Storytelling, en el que éste trataba de demostrar (sin llegar a convencerme del todo, tengo que decir) cómo las últimas técnicas del marketing del capitalismo neoliberal para formatear las mentes a base de historias se han extrapolado al campo de la política utilizándolas el poder político para manipularnos vendiéndonos sus sucedáneos de realidad

Para los ignorantes como yo, que no sepan quién es Kate Moss, les informo que la susodicha no es sino una de las modelos de mayor prestigio y mejor pagadas de la actualidad, que ha desbancado como reina de pasarelas a mujeres de belleza y medidas casi perfectas como Claudia Schiffer y Naomi Campbell.Y lo ha hecho exhibiendo una figura excesivamente delgada, un rostro lleno de pecas y marcado por las ojeras, lejos, pues, del canon de belleza deslumbrante a que nos tienen acostumbrados las «tops models» clásicas. Y de su boca salen además declaraciones de principios de este tenor: «Enseñemos las tetas divirtámonos. Seamos más reales y no crezcamos demasiado rápido. Y gocemos».

¿Qué ha pasado para que esta chica proveniente de los suburbios londinenses con un bagaje físico e intelectual más bien ordinario, que nos recuerda a la vecina de al lado y parece decirnos que todos podemos ser modelos londinenses, que exhibe más su cuerpo que su ropa, cambia de pose con la facilidad de un camaleón y transforma la grunge (la mugre) en glamour, se haya convertido en la reina de las pasarelas y acapare las portadas de las principales revistas de moda del mundo?

Salmon nos cuenta en este libro que Kate Moss no es un juguete roto más, que sus devaneos con la cocaína y sus amores locos, no son sino parte de una leyenda construida. El éxito de la modelo británica radica, nos dice, en que representa mejor que ninguna otra modelo todo ese conjunto de cambios y valores que el capitalismo neoliberal y la cultura posmoderna han introducido en nuestra vida.

Kate Moss sería, pues, según esto, la expresión acabada del capitalismo líquido del que nos habla Zygmunt Bauman. Su mediocridad estética nos hace presente las hipotecas basuras, su «camaleonismo», al trabajador dúctil y flexible del capitalismo neoliberal y su condición de gente corriente, al crédito fácil y para todos que provocó la burbuja inmobiliaria. Nadie mejor que ella encarnaría el sujeto descentrado, cambiante y maleable hasta el infinito, nada naturaleza y todo cultura, que el posmodernismo nos propone. No es casualidad, pues, que la reproducción de la modelo que más éxito ha tenido en la red sea la de Kate machine (a la que se refiere el título), esto es, mitad mujer y mitad cyborg. Salmon llega incluso a pronosticar que, aunque la crisis financiera y económica del capitalismo globalizado llegara a cambiar el rumbo del capitalismo líquido (¡qué ingenuo!) hacia, otra vez, el capitalismo sólido, esas transformaciones en la condición humana son ya irreversibles, y que el sujeto centrado y semiautónomo consustancial con éste ya no volverá nunca más.

Del mismo modo que me ocurrió con la lectura de Storytelling, finalizo la del nuevo libro de Salmon con la impresión de que también en éste el escritor francés, afectado por una dosis excesiva de posmodernismo, cae en una suerte de reduccionismo culturalista cuando atribuye al Poder esa capacidad sin límites para cambiar la naturaleza humana. Y el problema ya no es sólo que la tesis de Salmon sea inexacta, como me parece, sino que puede ser hasta peligrosa, si se acepta. Porque tiende a interiorizar en nosotros una actitud de desmovilización ante los abusos e injusticias. Sea el capitalismo líquido o el sólido el que los produzca. Me da lo mismo.