Brujo, vaquero y sentimental, la música de Howe Gelb (Tucson, Arizona) ha buscado siempre el camino torcido, el rodeo, para llegar al meollo de la cuestión. Sus preguntas, y se las lleva haciendo desde mediados de los ochenta, tienen que ver con eso que se llama la música de raíz, y que, dado su lugar en el mundo, se apellida Americana. Padre, pues, de esa inmensa bola de nieve que se acabó llamando neo-country o cosas peores, su presencia se ha mantenido sin embargo por encima de esas etiquetas, un poco a la orgullosa deriva propia de los matojos polvorientos del desierto.

Eso le ha permitido producir discos tan difíciles como emocionantes, tanto con la banda con la que echó a andar, los Giant Sand, como en su notable carrera en solitario. Ahí, metido en las botas del cowboy solitario o en el mono del empleado de gasolinera que se ha despertado en una estación de servicio que no es la suya, es donde ha vuelto a reaparecer Howe Gelb. En Córdoba, para ser exactos. En una terraza rodeado de flamencólicos, del brazo de Raimundo Amador y escoltado por Fernando Vacas y Joan Vich. Ese es, a grandes trazos, el telón de fondo de Alegrías, su nuevo disco, editado por el acertado sello español Eureka. Pero antes de entrar en ese decorado, hay que volver al 2006.

Ese año Howe Gelb se juntó con un coro gospel de Canadá y grabó 'Sno Angel Like You, precioso disco en el que el de Arizona pone su voz, su guitarra, su oscura y retorcida mirada sobre la tradición folk americana, al lado de unas voces dedicadas a cantar al Señor con gozo y rabia negra. Lo más interesante de esa grabación es que Gelb conserva lo esencial de su propuesta artística y el coro de gospel tampoco sale descafeinado del experimento. No es fusión, es un diálogo, verdadero intercambio de voces heterogéneas. Algo nuevo.

Ahora, con Alegrías, ha pasado lo mismo. Su representante en España, Joan Vich, se lo llevó al estudio de Fernando Vacas (cantante de Flow y creador del sello Eureka). Allí se encontró con músicos cordobeses como Lin Cortés, Juan Panki o Añil Fernández, se remangaron, bebieron, tocaron, disfrutaron, amaneció y Howe Gelb tenía un puñado de nuevas canciones y nuevos amigos.

A la primera sesión, conscientes de la bendita urgencia que había bautizado esas Alegrías, siguieron otras de similar aliento. Más músicos. Raimundo Amador tampoco quiso perderse la fiesta y, de postre, se lo llevaron a John Parish para que lo mezclara.

Al final, el cuadro de Julio Romero de Torres que luce en la portada esconde un trabajo bello y raro. La habitual melancolía de Howe Gelb, una tristeza ruda, esa que suena como un mordisco a un puñado de arena, queda enjuagada por la juerga flamenca. Pesa más eso que el quejío, y cuando Raimundo se arranca por bulerías (en la arrumbada «Cowboy boots on cobble stone») y Howe se remansa en el chapurreo castellano («The ballad of Lole y Manuel»), le pega al piano como un Monk recitando a Lorca («Lost like a boat full of rice») o busca el error bueno («Saint Conformity»), el acierto es total. Mejor.