Después de tres décadas dedicado en cuerpo y alma al periodismo cultural, Sergio Vila Sanjuán publica su primera y extraordinaria novela: Una heredera de Barcelona. ¿Qué imán tan poderoso hay en la historia que narra para dar el paso? «Yo empecé trabajando en un perfil biográfico de mi abuelo, un periodista y abogado monárquico que tuvo su mejor momento en los años 20. Encontré mucho material interesante, inédito o completamente olvidado, tanto sobre su trabajo en los tribunales como sobre su relación con la alta sociedad catalana, un mundo gatopardesco ya desaparecido, así como con algunos políticos de la época. Y llegué a la conclusión de que novelar todo ese material podría resultar más atractivo para el hipotético lector, y desde luego mucho más interesante para mí mismo».

A tenor de esta primera experiencia se considera un novelista un tanto "sui generis" o, «para decirlo con el término de Doctorow, un "novelista de no ficción", ya que la base documental de Una heredera... ha marcado muchísimo su redacción. Sin duda debutar en cualquier campo pasados los 50, como yo he hecho en el de la novela, constituye un poderoso estímulo tremendamente inquietante».

De los cinco protagonistas reales con los que trabajaba (su abuelo, la heredera filántropa, el anarquista, el gobernador civil y el aristócrata), tuvo que «modificar bastante los caracteres de los cuatro primeros para que la acción funcionara, lo que me obligó a cambiarles también el nombre. El único que dejé tal cual, porque su actuación en la novela se ajusta con bastante exactitud a su actuación histórica, es el conde de Guell, un singular millonario y mecenas que llegó a ser alcalde de Barcelona hasta que se cansó de que sus administrados le abroncaran».

¿Ganas de repetir? «¿Por qué no? Es cuestión de encontrar otro tema que me ofrezca un interés sentimental o familiar y a la vez un significado histórico en el que profundizar aplicando técnicas periodísticas. Ya que trabajar en esta doble dirección me ha funcionado, tal vez pueda darme una segunda oportunidad». Leyendo las espléndidas páginas de Una heredera... es inevitable pensar en Josep Maria de Sagarra o Eduardo Mendoza... «Mi abuelo fue compañero de estudios y amigo de Sagarra, que le dedica un retrato muy cariñoso en sus Memorias. Mendoza ha marcado un antes y un después en la narrativa española y por descontado en la barcelonesa. La verdad sobre el caso Savolta y Vida privada proyectan una sombra tan potente que, por si acaso, mi modesta aportación empieza donde acaba la primera, que es el final de la Primera Guerra Mundial, y acaba antes de que se inicie la trama de la segunda, en los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera. Cualquier solapamiento con estos autores hubiera resultado suicida».