Maximiano Valdés dirigirá mañana viernes en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo su último concierto de abono como director titular de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA). Es un día muy relevante para la historia de la música en la región porque se cierra una etapa, un ciclo, de relevancia mayúscula que ha permitido estabilizar la formación y llevarla a la consecución de objetivos ambiciosos, en la élite musical española.

Max Valdés llegó a Asturias de la mano de Inmaculada Quintanal. Su aterrizaje permitió dar un salto de gigante a una orquesta entonces jovencísima y con graves problemas de identidad musical tras los fallos anteriores en la elección de la titularidad. Junto a sus músicos Valdés consiguió cimentar un edificio sólido, capaz de sortear las dificultades por muy fuertes que estas fuesen.

Los aciertos se multiplican a lo largo de más de tres lustros de trabajo y los escasos errores han quedado sepultados por la coherencia global de un proyecto que ha propiciado un crecimiento constante. Deja la orquesta en un momento de forma estupendo y con un bagaje que permitirá a quien le sustituya afrontar nuevos retos con la solvencia que da el disponer de un instrumento dúctil, capaz de abordar el repertorio más exigente con garantías de calidad. Este ha sido uno de los grandes logros de Max Valdés en su largo periplo asturiano, fértil en el plano creativo y especialmente cercano en el trato personal, en su anclaje en un ámbito geográfico que ha hecho suyo desde el conocimiento, la inteligencia y la pasión.

Valdés no sólo ha sido, y es, relevante en lo que a su formación se refiere. Se trata de una figura clave en el asentamiento de otro de los proyectos medulares de la vida musical asturiana: la temporada de Ópera de Oviedo. Con su liderazgo ha afrontado y asumido la ampliación del repertorio, luchando por introducir cambios y apostando por nuevos enfoques, frente a los sectores más ultramontanos. Esta labor suya ha sido ejemplar y esencial porque nada le hubiera empujado a ello salvo su compromiso serio, firme y sincero con una temporada concebida como proyecto cultural y no como un mero desfile de modelos. Hubiera vivido mucho más cómodo empuñando la batuta para dirigir Verdi o Puccini en vez de Janácek, Strauss o Wagner. Pero su determinación ahí ha sido clave y el público asturiano le debe enorme gratitud por el esfuerzo y la vehemencia en este ámbito.

Muchos vamos a echar de menos su personalidad tan rica, su capacidad intelectual y su ímpetu vital. El entusiasmo al descubrir un restaurante maravilloso en el rincón más escondido de un Principado que ha recorrido de manera infatigable se entremezcla con el cariño y la fidelidad a los buenos amigos que ha ido cosechando en estos años. Imagino y espero que el futuro le depare mantener la vinculación con Asturias. La ópera debiera ser un anclaje habitual en los próximos años y también la planificación de otros proyectos singulares que tendrían que contar con su experiencia y capacidad organizativa. Valdés, en fin, nos ha ofrecido en este tiempo lo mejor de sí mismo, su visión de la música honesta y coherente. Gracias maestro por su generosidad y en noviembre «Katia Kabanova» será una nueva batalla a ganar.