Hay tres novelas españolas, de autores muy diversos, escritas con notable distancia temporal, en que se reflejan de manera magistral los acontecimientos de la España turbulenta de los años treinta y que -me atrevo a jurarlo-, no son conocidas por el gran público. La primera de ellas es Celia en la revolución, de Elena Fortún. Sí, de Elena Fortún, la creadora de Celia, Cuchifritín y Matonkikí. Es uno de los libros más terribles que he tenido en las manos. Después de haber contado las historias divertidas, tiernas y maravillosamente escritas, en que la protagonista era una niña madrileña de clase media-alta, de repente, la autora, sin cambiar el tono ni la sencillez de la prosa, consigue trasladar al lector, con frases cortas e imágenes apenas explicadas (un camión que lleva, a trompicones, por las calles de Madrid, un grupo de personas con la mirada perdida?el lector ya sabe como acabará el viaje) el horror y la locura que desembocó en la guerra civil, porque los personajes son los mismos de las historias amables, pero las circunstancias han cambiado.

La segunda es Necrológica para un señorito / El onceno mandamiento, de Faustino González-Aller, título espantoso, que los herederos de la propiedad intelectual deberían sopesar cambiar, porque provoca rechazo al potencial lector. Si alguien tiene la fortuna de encontrar un ejemplar en la librería, apenas realice una pequeña cata en dos o tres páginas elegidas al azar, comprobará como, bajo el título imposible, hay una obra vigorosa, que rezuma a la vez realismo y literatura de la mejor calidad, ambientada en el Gijón de nuestra década maldita.

Y la tercera es Melania Jacoby, de Susana Pérez-Alonso, recientemente publicada por Editorial Funambulista y presentada con éxito en Libroviedo, pero que, incomprensiblemente, parece que ha sido víctima de un pacto de silencio, porque no he leído la menor reseña crítica de la novela, sin duda, la mejor de su autora. Susana ha recreado, con la precisión de un miniaturista y la intuición y brío que caracteriza su obra, un mundo que se extinguía, el de las clases pudientes de los años veinte, enriquecidas con la minería y negocios navales, y hace moverse a sus personajes por las ciudades más importantes de Europa, para acabar regresando a la Asturias en que se gestaba la Revolución del 34.

Resulta imposible resumir Melania Jacoby, tal es el cúmulo de historias, personajes y acontecimientos que contiene la obra, que constituye un fresco fascinante de una época que nunca regresará, pero también de una brutalidad y fanatismo que, a veces no deja de asustar, porque siempre se teme su retorno. Y, a la vez, se trata de una novela perfecta, en la que ningún personaje es innecesario, donde los secundarios -bien sean personajes reales o inventados- tienen su propia voz y las pasiones de toda índole actúan, si no como motor -porque es el torbellino de la historia lo que arrastra a todos-, como combustible del cuerpo y del alma, que ayuda a seguir vivo y, sobre todo, a seguir adelante. Por eso, no dejo de preguntarme?¿cómo explicar el silencio que envuelve a Melania Jacoby?