Quienes poseen una idea nominativa de la Historia entienden que muchas de las grandes decisiones se tomaron en lugares sencillos, en entornos comunes. Que un bar podía ser eje en el inicio de una revuelta. Que algunas calles eran el caldo de cultivo para un golpe de Estado. Quienes, por otra parte, entendemos que la Historia es algo social, no acusamos fetichismos de ese tipo y los sitios son eso, sitios: espacios acotados que siempre están, donde cambian las caras, y a veces ni eso. Los personajes que pueblan Yoni y yo no van a cambiar el devenir de la Historia. Casi, si les dejan, no van a participar en ella. Van a sufrirla, como todos. A pasarla, como se pasa una gripe. Pablo X. Suárez ignora la figura convencional del héroe para revestir de heroicidad la del secundario que pasaba por ahí.

En este libro de relatos, en el que el poeta de Asturiana beat (Trabe, 2005) se reafirma como narrador, hay dos perspectivas, terriblemente cercanas: la de Yoni y la del yo del autor. Ambas hijas de la reconversión, de la entrada de los cinco canales a la televisión generalista y de la llegada de la ketamina, de los programas «Erasmus» y los juegos de mesa, si es que sobre la mesa hay vino Don Simón mezclado con lo que cuadre, del «fast food» a domicilio y del «fast reallity» en la ventana del ordenador. X. Suárez describe escenas cotidianas que apenas habían importado a otros narradores más allá del marco. Este joven autor, nacido en Noreña, filólogo y agitador cultural, se interesa sobre todo por el marco. En los cuadros que compone se pregunta, sin cuestionar a sus personajes, cuál es el motor de todo eso, qué mueve y para qué. Como los costumbristas del siglo XIX, no juzga. Se acerca tanto que el lector encuentra en Yoni y en el yo una simpatía, como quien padece en cierta medida la misma enfermedad.

En este volumen de relatos (algunos como «Malaka» o «L'importe exactu» ya publicados antes) Suburbia Ediciones mantiene su apuesta por una literatura en asturiano que se preocupe por la realidad en la que se gesta. Y lo hace tanto en el tono del libro como en su forma, con las fotografías de Jandro Llaneza, que, lejos de limitarse a ilustrar, anotan al pie, cuentan un poco más, se compadecen de la misma materia literaria.

Al leer Yoni y yo ocurren varias cosas. Una se da cuenta de que a veces las cosas pueden parecerse a una película de Guy Ritchie (una de las buenas), o tener una preocupante similitud con Miedo y asco en Las Vegas (Terry Gilliam, 1998). Que hay situaciones delirantes que suceden al lado de tu casa. También se da cuenta de que el verdadero talento de un narrador está en convertir en relevante aquello que la rutina vuelve accesorio, anecdótico con suerte. Y, especialmente, una se alegra de que existan escritores con la honestidad, el humor y la mala leche de Pablo X. Suárez. Y que sean de esos escritores que de verdad escriben.