«En esta tierra ha pasado ya hace siglos el tiempo de cantar y es raro que alguien cante, y casi no nos paramos a escuchar lo que dice, ¡tan lejano nos cae!... Como no estamos tan poco habituados a que alguien vuele sobre su aire transparente?». Así se refería la escritora María Zambrano al pensar en San Juan de la Cruz mientras escribía su libro Los intelectuales en el drama de España. Ella, al igual que el poeta abulense, es pájaro indefinible, único; en volandas siempre por los márgenes de una razón no coercitiva, entre el limes de la poesía y de la filosofía. María, desde su infancia, quería pensar. Y consiguió hacerlo a su modo, con la impronta exclusiva que sólo logran los grandes. Caracteriza la filosofía de la malagueña la claridad de pensamiento así como el deleite sensorial que nos producen sus palabras. María busca, indaga, se pregunta; y no lo hace desde el idealismo, «que impide al hombre vivir íntegramente una experiencia total de la vida», sino desde la más pura realidad. Por eso escribe de las cosas esenciales, las que atañen directamente al ser, de la vida, del amor, del sueño, del morir, pero también de todo lo que le circunda. Sus ensayos sobre Europa, el liberalismo, Séneca, San Agustín; sus reflexiones sobre la pintura de Juan Soriano o del asturiano Luis Fernández, la clarividencia que aporta a la «Celestina», o a Kafka, cumplen con creces el objetivo que ella entendía de la escritura. «Lo que se publica es para algo, para que alguien, uno o muchos, al saberlo, vivan sabiéndolo, para que vivan de otro modo después de haberlo sabido».

Esencia y hermosura es el certero título que recoge una selección de los artículos escritos por María Zambrano. Para quienes no conozcan su obra, éste es un libro fundamental para ir adentrándose en el pensamiento de la única española premio «Cervantes». Pero además, el libro reproduce cartas hasta ahora inéditas, que la filósofa envió al pintor Juan Soriano. José Miguel Ullán, amigo de Zambrano, enriquece con un relato biográfico la estrecha relación que los unía, así como los poetas y artistas que María conoció. Desde Valente a Luis Fernández, Octavio Paz, Lezama Lima, Ortega y Gasset, Diego de Mesa o el músico asturiano Julián Orbón, la vida cultural de María gira en torno a los intelectuales que se va encontrando en el largo peregrinar por tierras americanas (México, Cuba, Puerto Rico) y europeas (Suiza, París, Roma). La muerte inesperada de José Miguel Ullán no le permitió concluir el prólogo que se corresponde principalmente con los años del exilio. No obstante, Clara Janés, en su recién obra María Zambrano. Desde la sombra llameante, se centra únicamente en la María madrileña, en los últimos años de su vida.

Si para María Zambrano vivir era pensar y pensar era vivir, Esencia y hermosura recoge a la perfección su máxima de vida. En él puede colegirse el carácter conciliador de su obra, en la que intenta restañar la fisura entre la religión, la filosofía y la poesía. María se concentra en el espíritu y trascendencia de la persona, sin imponerse nunca, a sabiendas de que «la verdad llega, viene a nuestro encuentro, como el amor, como la muerte». Y mientras esto ocurre, Zambrano nos guía hacia la luz, en una nueva aurora.