Nuria González Alonso, con su obra Las gentes de Salas en el siglo XVIII (Asociación Cultural Salas en el Camino, Godán, 2010, 109 págs.) ha sido capaz de recrear, cuando van a desparecer el Antiguo Régimen y la Civilización del Neolítico, dando paso al triunfo conjunto de la Revolución Industrial de la Revolución Liberal, cómo se despedía de los viejos tiempos la villa de Salas. Naturalmente, esto no se refiere sólo a Salas. Trasciende, como nos enseñó ya para siempre Le Roy Ladurie con su obra, aparentemente sólo dedicada a una pequeña localidad, ¡y cómo ha iluminado toda una realidad histórica relacionada con los cátaros! su Montaillou, village occitan, desde que se publicó en 1975.

Efectivamente, en esta obra, minuciosamente documentada, nos encontramos con la vida de un concejo en los tiempos de Carlos III y Carlos IV. ¿Qué sacamos como consecuencia de esta investigación, tras un trabajo ejemplar en las fuentes documentales, que explica minuciosamente en las págs. 27-42? A mi juicio, en principio, la existencia de una sociedad radicalmente dividida en estamentos. En primer lugar una baja nobleza que recibía el título de hidalguía. Con esta obra se deshacen definitivamente esas ideas que, por ejemplo, exponía Alfonso García Valdecasas en El hidalgo y el honor. Ser hidalgo, interesaba esencialmente porque ser noble, era una condición que «le eximía de toda una serie de cargas y tributos» (pág. 63). Esa carga correspondía a los pecheros, pero he aquí que, como una especie de fragmento de la obra del Abate Siéyès, ¿Qué es el Estado Llano?, en la que se recogen en el fondo las protestas de los pecheros franceses, en la pág. 32 se transcribe una carta del Procurador General por el Estado Llano del Concejo de Salas que pide que se borre ese nombre de pecheros y se les llame, sencillamente, «Labradores o Labradores Llanos», cuando el Procurador General Noble decía que así se podían confundir, porque había multitud de Labradores hidalgos. Todo esto acontecía en 1794. La Revolución Francesa había estallado en 1789. El enlace ambiental queda claro, y todos sabemos que no fue el vencedor Francisco Cuervo Arango -por el lado hidalgo- sino Santiago Fernández de las Regueras, porque pronto iba a darse la razón a la queja de «barrios e individuos» del grupo pechero.

Desde otro punto de vista, la realidad era que, por un lado estaban los hidalgos y los labradores o xaldos, del Estado llano, y, por otra, los vaqueiros de alzada. Se borran definitivamente tonterías como que los xaldos tenían cabeza «picudina» y los vaqueiros braquicéfala, o como las de Roso de Luna y ese budismo vaqueiro que enuncia en El tesoro de los lagos de Somiedo, e incluso bastantes afirmaciones de otros estudiosos ansiosos por encontrar radicales diferencias derivadas de lo que era una típica tensión entre ganaderos y labradores. La revolución de las cercas de Adolfo García, queda corroborada por Nuria González Alonso y el conjunto es una exposición primorosa del problema vaqueiro, con una explicación económica básica que arranca del siglo XV, como se lee en las págs. 71-81.

Merece la pena disponer de esta obra tan bien documentada, y tan por encima de lo que es una especie de asturianismo romántico que circula por ahí -su apoteosis quizás hayan sido los tomos de Belmunt y Canella, Asturias- y que no tiene base seria alguna. Es hora de apreciar como se debe a trabajos serios como éste.