Gianni Vattimo se despide de las certezas. Y por si había aún dudas así titula, expresamente, su último libro que, rotundo, reza: Adiós a la verdad. Pura apariencia, sin embargo, porque ¿de qué verdad habla el filósofo italiano en las 150 páginas del texto? Se diría que el marketing del editor ha devorado las reflexiones del autor. Las simplificaciones venden pero también defraudan. Claro que, bien mirado ¿quién es capaz de llegar, a estas alturas, hasta el final de un libro de filosofía? Vattimo no es un vendedor de crecepelos así que no ofrece soluciones y menos soluciones mágicas. No dice en qué consiste la verdad -entre otras cosas porque, como sí indica, hay muchas clases y tipos al respecto- ni afirma que se ha acabado como se termina la gasolina de un coche y se podría presumir por el título ya anotado. Como buen filósofo, complica las cosas. Y si la idea -y las prácticas- de verdad ya es de por sí compleja, abordarla a estas alturas del siglo XXI supone repasar la historia del pensamiento y por lo tanto sumar -y restar y multiplicar y dividir- mil nociones de verdad, todas contradictorias sin, por supuesto, discriminar nada ni concluir con banalidades.

Por eso de mano cita a Nietzsche cuando afirma: «No existen hechos, solo interpretaciones y éste, también es una interpretación». Vattimo divide su libro en tres apartados. El primero y solo el primero -54 páginas- de refiere a la verdad así que el título es mentira.

La verdad se formula en singular. Tal es la tradición y el quid del planteamiento de Vattimo. Dos verdades sobre lo mismo o son idénticas, así que pura redundancia retórica, o son contradictorias y entonces al menos una es falsa. La ciencia, indica, es el paradigma de la verdad. Salvo en las complicaciones de la mecánica cuántica donde cabe de todo, el principio de no contradicción se mantiene siempre. Pero hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad así que más allá de los números dibujados en una pizarra y de los ensayos rematados en el laboratorio, la realidad global y con ella las ciencias sociales -las ciencias humanas, las ciencias del espíritu...- sí admiten otras dimensiones. A Vattimo le interesan la vida, la política, las creencias, la felicidad, la paz y otra vez la vida y para esos escenarios no le valen ni la verdad monolítica del cientifismo ni la selva de verdades del relativismo. Es posmoderno y hasta padre del posmodernismo, del pensamiento débil y demás derivadas, pero no por eso acepta perderse en la anomia subjetivista donde todos los gatos son necesariamente pardos.

Si no vale la verdad, digamos, pura ni las verdades de baratillo ¿qué se puede esperar, en qué creer, cómo salir de dudas, para qué tantas vueltas? Solo nos vale el acuerdo, el consenso y el encuentro de interpretaciones. Como indicó en su día algún autor, precisamente contra el imparable devenir de las fantasías marxistas, la historia es apenas una novela sobre la que hay acuerdo. No es ironía ya que todo es relato. No se trata de un chiste de humor negro sino de un grito de esperanza frente al determinismo historicista. Vattimo se despide de una verdad que «para ser descrita de forma adecuada, debe fijarse como estable, es decir, como dado». Eso solo ocurre en la ciencia. Pero más allá de la ciencia está lo verdaderamente importante y ahí no cabe más que ponerse de acuerdo porque la sociedad es plural. Es el caso de la política y por lo tanto de la verdad política. Por eso afirma que «ni Bush ni los neo conservadores que inspiraban la política de la Casa Blanca refutaban las tesis de Popper, antes bien, consideraban su teoría de la sociedad abierta como uno de sus propios principios inspiradores pero, por otra parte, se sentían con derecho, como los filósofos de la República platónica, a conducir al mundo, incluso por la fuerza, hacia esa libertad que solo la visión de la verdad puede garantizar». Tal ambigüedad tiene consecuencias prácticas muy profundas, como inmediatamente indica el pensador italiano -y, como añade, se vió en Irak- y por lo tanto consecuencias éticas así que despedir a la verdad equivale a replantearse los valores desde otras coordenadas. Y si no hay consenso, hay desastre.

En el segundo gran apartado del libro Vattimo analiza el futuro de la religión. Cree que la Iglesia católica, a pesar de muchos esfuerzos, sigue viendo a la modernidad como un enemigo. Sigue hablando, dice, de una antropología bíblica que deben respetar las leyes civiles para no traicionar a la naturaleza. De ahí su permanente tensión en torno al divorcio, el aborto o los matrimonios homosexuales.

«Vivimos en una época que a través de la ciencia y la tecnología puede prescindir de la metafísica y del Dios metafísico» afirma «en una época nihilista. Una época en que nuestra religiosidad puede desarrollarse en la forma de una caridad que ya no dependa de la verdad» y por lo tanto libre de los crímenes cometidos en nombre de la verdad a través de los siglos. Dándole la vuelta al argumento clásico, señala que «la verdad que nos hace libres es verdadera porque nos hace libres. Si no nos hace libres, debe ser descartada. Por eso me niego a admitir que el pensamiento débil, con todo lo que éste significa, sea solo una especie de prédica sobre la tolerancia». Y le da la vuelta al sentido convencional del cristianismo al decir que «la revelación judeocristiana consiste en el anuncio de que Dios no es violencia sino amor; este es un anuncio escandaloso tanto que por eso se le da muerte a Cristo y es un anuncio tan fuera de las posibilidades de conocimiento humanas que solo podía venir de un Dios encarnado. Si se lee en estos términos por cierto nada ortodoxos sino muy racionales y fundados, la revelación judeo cristiana, se entiende que la Europa moderna, de las secularizaciones, de los derechos individuales, de la libertad de conciencia, de la democracia política -todos valores que se han afirmado contra la resistencia explícita de la Iglesia católica y a menudo también de otras Iglesias cristianas- es un producto de la penetración del mensaje cristiano en la sociedad» así que la aparente descristianización de Europa es realmente una super cristianización pero de un orden no convencional o si se quiere heterodoxa. Una visión muy audaz y sin duda genial: reaparece la verdad, ahora a cuenta de las creencias, y ya instalada en su nuevo trono del consenso.

Adiós a la verdad y adiós a la filosofía en el tercer y último apartado del libro, ya que «la metafísica, el orden racional en el que todos los entes están dispuestos en la cadena de causa y efecto, llega a su fin en el momento en que se revela intolerable, precisamente por el hecho de que se ha realizado. Colonialismo europeo e imperialismo fueron las modalidades en las que la metafísica se convirtió en el orden del mundo». La verdad ha muerto, viva la verdad.