Paul Chowder, protagonista de El antólogo, de Nicholson Baker, no es tan tonto como para no darse cuenta de sus prioridades, aunque sí lo suficientemente cuadriculado para no ser un poeta digno de ser considerado como tal. Piensa que su vida va a cambiar si es capaz de escribir la introducción de una antología poética por la que le pagarán 7.000 dólares y que posiblemente le permitirá recuperar a su novia, que lo ha abandonado. Pero la selección que Chowder tiene que glosar es de poesía rimada, mientras que él es un defensor del verso libre: sus poetas favoritos, Mary Oliver, W. S. Merwin y Elizabeth Bisoph, se inspiran más en la metáfora que en la rima.

A Nicholson Baker, autor de Humo humano, un libro revelador sobre los orígenes de la Segunda Guerra Mundial, y de Vox, la caliente novela telefónica que Monica Lewinski le regaló a Bill Clinton, lo han definido algunos como un cruce entre John Updike y David Foster Wallace. De hecho, Chowder es un personaje digno de Updike y el mundo que flota a su alrededor bien podría habérselo imaginado el añorado Foster Wallace.

El antólogo es una novela sobre la poesía. Efectivamente, se puede escribir una novela sobre la poesía, de la misma manera que es posible hacerlo también de no se me ocurre nada de nada. Y por eso Nicholson Baker, un escritor singular pero que no llega a singularísimo, ha escrito un monólogo sobre las reflexiones domésticas de un ser quejoso, un poeta mediocre, que intenta convencer al lector de que la poesía no tiene por qué rimar para ser buena. Se trata de divagaciones, sí, pero el sentido del humor que impregna las páginas del libro es alto. La felicidad que obtiene Paul Chowder de la lectura de sus versos favoritos resulta impagable, así como las frecuentes digresiones sobre las cosas más dispares: los arándanos, la carpintería, la mayonesa Hellman, los preparativos de un viaje reparador y productivo a Suiza o la ensalada fría de patatas de Roz. Ah, por cierto, Roz es la novia.

Especialmente divertida es la perreta de Chowder con James Fenton, autor del clásico An introduction to english poetry, repleto, como bien dice el protagonista de la novela de Baker, de cosas verdaderas y también falsas. Por ejemplo, que el pentámetro yámbico tiene un carácter preeminente en la poesía inglesa. Vean lo que dice Chowder acerca de ello, porque es en ese momento en que la tensión del relato sube: «Pues no es así. Pues no es así. El pentámetro yámbico fue importado por Geoffrey Chaucer de la poesía francesa, y era inestable desde el principio porque el francés es un universo tónico distinto del inglés medio y su tendencia es a cadenciarse en tresillos y no en dosillos. No, la marcha, la canción de trabajo, la letra de la canción de amor, la balada, la tonada marinera, la rima infantil, los refranes pícaros... ésas son las formas que predominan y todas tienen cuatro tiempos. Oh, izad, izad, mozos, izad todos, / Izad, izad, mozos, oh, izad oh. Los mejores poemas del propio Fenton están escritos en versos de cuatro tiempos» (página 196).

El yambo es, a todos los efectos, el punto de tensión de la historia. El lector puede actuar y situarse en medio de la disputa y lo hará en mejores condiciones si va pertrechado de los versos -son muchos los versos y los poetas que salen a colación- en el idioma original para no perderse en el compás. «Etcétera», como dice Chowder, es un compás yámbico, si lo pronuncias como los franceses.

Y existe, además, en las páginas de este libro una pequeña reflexión de lo más ameno sobre la poesía, el alcohol y las drogas. Chowder dice que lo que un médico debería recetar al lector es alcohol y poesía, pero previene al escritor sobre las nuevas sustancias tóxicas. Se pregunta qué habría ocurrido si los grandes poetas hubieran tenido a mano eufóricas píldoras de diseño «¿Habríamos conocido Vanity of Human Wishes, de Johnson? ¿O The Princess, de Tennyson? ¿O los sonetos de Elizabeth Barret Browning? ¿O Driftwood, de Longfellow? No. Los poetas son nuestros sufridores oficiales, y si no se les permitiese estar tristes, no habríamos disfrutado de los grandes momentos de Auden» (página 57).

Wystan Hugh Auden es la piedra de toque. Según el antólogo, el suyo era un caso interesante, y suya la teoría de que había que escribir borracho y revisar sobrio. Durante un tiempo eso fue lo que hizo y no se puede decir que le haya ido mal. Pero entonces descubrió las anfetas, y la poesía que escribió a partir de ese momento ya no fue la misma. «Las anfetas le precipitaron en el ámbito del sustantivo abstracto. Pronto se quedó enganchado a las anfetas. Sartre también tomó anfetas, y escribió El Ser y la Nada, que es un auténtico generador de humo abstracto» (página 57). Conclusión: las anfetas son una mala idea; lo que realmente ayuda es sufrir para poder entender el sufrimiento humano.

En resumen, libro feliz para lector inteligente. Un relato que el propio protagonista, el narrador de la historia, inicia asegurando que lo que va a contar es la verdad abriendo sus pétalos, esa verdad que, según el propio Chowder, «huele a sudor y comida china».