Los millones arrastra dos noticias estupendas: que inaugure una editorial a partir de un fanzine tan disfrutable y disfrutado como «Mondo Brutto» y, sobre todo, que el cineasta Santiago Lorenzo regrese, por fin, a contarnos sus historias. Director de Mamá es boba (1997), esa joya subterránea del cine español, y la irregular y terrorífica Un buen día lo tiene cualquiera (2007), el vizcaíno narra en su texto las andanzas de Francisco, un terrorista del GRAPO, al que le tocan doscientos millones en la lotería. El pobre buen desgraciado, uno más en el imaginario de pobres buenos desgraciados del creador, no puede cobrar el premio por no poseer DNI.

Con gran pulso, el escritor recuerda, en esta época de depilación, antiperspirantes y «Cuéntame» (no es gratuita la conexión), lo que verdaderamente era ese neonato, la «España-de-la-Transición»: un conglomerado abriéndose a la occidentalidad y sus quehaceres pero que aún cobija(ba) el olor de un bar cutre (Los millones también es una geografía baril de ese Madrid ¿difunto? de boina y roña); un aroma, razona el autor, que «ni cambia, ni remite, así pasen las décadas» y con el que bendice administraciones de lotería hostiles, jefes de redacción con olor a puro y tonticos tan tonticos que no lo son del todo. Por tanto, no es extraño que Lorenzo desarrolle en una época desubicada a sus personajes característicos: los desubicados. Si en Mamá es boba, su niño no entendía ni a sus padres («me da vergüenza de ellos») o en Un buen día cualquiera, su ejecutivo no tenía ni casa donde morirse, su ¿terrorista? aislado le da la oportunidad de plantear una doble relojería: la de un suspense (un divertimento que Lorenzo mantiene hasta casi el epílogo), en el que reitera hábilmente los psicologicismos (miserias, soberbias, gilipolleces) que mueven, más que sus eslóganes, a una organización (importa poco que sea terrorista, consigan la película Four lions de Christopher Morris); y la de una historia de un amor, en la que describe, con su ternura habitual, el único lugar donde sus personajes se treguan con las puñeteras injusticias del mundo. Después de averiguar que Los millones comenzó como guión de puerta en puerta y terminó en novela notable, esperpéntica, de alguien que maneja con tiento e inteligencia a Valle-Inclán, y a Jardiel, y a Azcona (si es que no son lo mismo), uno no sabe qué pedirle a Santiago Lorenzo: si que ataque cuanto antes su próxima película, su próximo libro o, mejor aún, los dos.