Hay lugares en el mundo tan desprovistos de misterio como una playa de nudistas, pero, desde luego, ese no es el caso de la capital de Francia. Jacques Yonnet (1915-1974), combatiente, dibujante, periodista, conocedor del viejo París, de sus costumbres y de sus aves diurnas y nocturnas, se encargó de demostrarlo en Calle de los Maleficios, un libro, asombroso y trufado de secretos, algunos de ellos siniestros, que publica ahora Sajalín Editores. Raymond Queneau, ilustre escritor parisino de adopción, consideró esta crónica urbana de los años cuarenta y cincuenta como la mejor de todas las que se han escrito sobre la Ciudad Luz.

Yonnet, estudiante de la Sorbona, ya había tenido la ocasión de familiarizarse con el barrio que retrata, cuando su actividad en la Resistencia le obligó a instalarse y establecer contactos en la Rive Gauche, donde no tardó en encontrarse como en casa. Después de la guerra y la Liberación, París empezaba a cambiar y el autor, testigo privilegiado del lugar y de la época, se apresuró a contar sus recuerdos. Narrador, etnólogo, poeta, clochard: Yonnet era un poco de todo eso y sobre todo un observador excepcional, cuya mirada atenta lograba captar lo que el transeúnte distraído casi nunca percibe: la magia secreta de las calles y de la gente que ha deambulado y deambula por ellas. Esa magia con la que teje su trama es la que se esconde detrás de la vida cotidiana, porque Yonnet siempre estuvo convencido de que en las calles de París el exotismo no era menor que en la selva amazónica. La jungla donde él se sentía especialmente a gusto se situaba entre la Place Maubert, la rue de Mouffetard y el campanario de Saint-Severin

Calle de los maleficios se publicó por primera vez por Denoël en los años cincuenta bajo un título que aludía a los encantamientos de París (Enchantements sur Paris). Inclasificable, más que una investigación etnográfica podría considerarse una crónica poética del submundo parisino celebrada durante la noche por un hombre que quería ser amigo de todas las almas perdidas: ex presidiarios, asesinos, vagabundos, rateros, gitanos y rezagados de los de los más insospechados tugurios. Con ella, enseguida logró fascinar a los lectores más inteligentes. Queneau, Jacques Prévert y Seignolle Claude mostraron su entusiasmo por las pequeñas historias de Yonnet, algunas tan increíbles que surcan los mismos caminos que la leyenda. El autor avisa de que todas ellas son reales por increíbles que puedan parecernos. Las fotos de Doisneau, en la edición española la que ilustra la portada y en la que aparece Coco, uno de los personajes del libro, están para dar fe de ello. Lo mismo que algunas de las paredes de los bistros que todavía sobreviven, no demasiados, del barrio de Moufetard. En cualquier caso, uno de los mayores encantos del relato reside precisamente en la confusión que envuelve al lector acerca de lo que es fantasía y realidad

El fotógrafo Robert Doisneau y Bob Giraud, otro legendario de la Rive Gauche de esa época, autor de Le vin des rues, clásico de la vida tabernaria parisina publicado en 1955, eran amigos personales de Yonnet, bebedor alegre, propietario de una prosa deslumbrante y capaz de pasarse horas contando cosas sobre el mundo de la cloche y sus momes, que cantaba la gran Edith Piaf. Los secretos del París de este discípulo de François Villon están pillados por los rincones, en las calles, en las tabernas y también las hemerotecas, donde el autor rastreó para recrear los ambientes y contar todas y cada una de las historias que fluyen por las 359 páginas del apasionante relato. La calle de los Maleficios, que da título al libro y abriga algunos de sus secretos, se llama en la actualidad Rue Xavier Privas, en honor del cantante, inmortalizado como príncipe de los chansonniers a finales del siglo XIX, y a lo largo de su historia ha recibido otros nombres como Zacharie, Sac-à-lie y Trois Chandeliers, en el tiempo de Luis XIV. En un mapa de la Sorbona, editado hacia 1600 por los alumnos del Colegio de los Irlandeses, la calle Zacharie, ahora Xavier Privas, está señalada como Witchcraft Street, o sea la calle de los Maleficios. ¿Por qué motivo? Yonnet tira de la manta; como él mismo explicó estaba obligado a levantar un poco el velo de los oscuros secretos. Veamos, por ejemplo, lo que ocurría en el Salève, una de las tabernas y cómo lo cuenta: «Alguien está fumando kif. El patrón tiene la cara de un roedor evolucionado. Casi sociable. A su alrededor, fermenta la carne borracha. Borracha no sólo de vino adulterado, sino también de hambre, de cansancio, y de aburrimiento. En una esquina sumida en la penumbra, tres pares de ojos oscuros nos fusilan. En ese lado, hay gente despierta. El olor a kif viene de ahí». (pag. 37).

Como escribe Yonnet en el inicio de su relato «una ciudad muy antigua es como una charca, con sus colores, sus reflejos, su frescor y su cieno, su efervescencia, sus maleficios y su vida latente». Zambullirse en ella es hacerlo con todas las consecuencias.