Las actualizaciones de los libretos en el teatro o en la ópera es asunto normalizado en los teatros de primer rango aunque, de vez en cuando, el escándalo acaba por saltar ante determinados abusos o puestas en escena demasiado transgresoras. El Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia viene acertando en sus propuestas escénicas a través de montajes muy interesantes desde todos los puntos de vista y en los que se percibe una voluntad de arriesgar sin caer en el escándalo gratuito. Ahora están enfrascados en un título como Manon de Jules Massenet al que el director de escena Vicent Paterson ha dado la vuelta sin por ello perder un ápice del espíritu original del libreto. Paterson lleva la historia de amor al París del siglo XX en la postguerra y lo hace con un cierto tono estético pop, sobre todo en la gama cromática de la escenografía de Johannes Leiacker y el vestuario de Susan Hilferty. La historia está contada con la pasión adecuada y se deja ver la impronta de Paterson y su gusto por el musical americano y por el «show business» en general, no en vano además de su carrera operística ha sido el responsable de la puesta en escena de espectáculos como Blond Ambition o la interpretación de Vogue de Madonna o Bad de Michael Jackson. Es una forma de ver la obra diferente -con un toque frívolo y decadente- que encandiló al público valenciano en el estreno del pasado nueve de diciembre.

Un acercamiento de estas características requiere dos cantantes con ganas de triunfar y energía suficiente para interpretar con convencimiento. La hubo a raudales en la pareja protagonista, la soprano Ailyn Pérez y el tenor Vittorio Grigolo. Pérez encarnó una Manon deliciosa, vocalmente impecable y delicada y ambiciosa desde el punto de vista dramático, captando muy bien al ambivalencia del personaje mientras que Grigolo fue un caballero Des Grieux apasionado y entregado escénicamente y luminoso en una vocalidad impecable, con una línea de canto expresiva y segura. Es una de las voces italianas a tener más en cuenta para los próximos años si es capaz de mantener una carrera coherente y evitar aventuras de otros colegas que han acabado en fiascos totales. Como es habitual en Valencia el resto del reparto funcionó a la perfección, destacando Artur Rucinski como Lescaut, y entre los secundarios el siempre seguro y solvente al máximo Emilio Sánchez, sin dejar de lado el sensacional coro de la Generalitat Valenciana.

La repentina cancelación de Lorin Maazel por enfermedad obligó a la sustitución a última hora por Patrick Fournillier, buen conocedor del repertorio francés y que apostó por una versión muy briosa y de fuertes y acerados contrastes, teniendo como soporte la extraordinaria Sinfónica de la Comunidad Valenciana, sin duda el mayor garante de calidad del que actualmente puede presumir el Palau. El posicionamiento de este equipamiento en el ámbito europeo es un hecho innegable. Se percibe, desde luego, en la calidad global de la programación, fuertemente apoyada por su gobierno regional, pero también en otro detalle que no pasa desapercibido a primera vista: cada vez un mayor número de espectadores acude a ver ópera a Valencia desde otros lugares de España y también desde el extranjero. Es la demostración perfecta de que con respaldo la ópera de calidad es un motor económico de relieve.