Antón Pávlovich Chéjov (1860-1904) vivió cuarenta y cuatro años, de los que una buena parte -al menos los tres últimos lustros- estuvo enfermo de tuberculosis. En muy poco tiempo útil escribió decenas de cuentos que se siguen tomando como modelo por escritores de todo el mundo, se siguen estudiando, alabando y quizá hasta leyendo. También fue capaz de dejar huella en el teatro con obras como Tío Vania, La Gaviota, Tres hermanas o El jardín de los cerezos. Seguramente todo esto se debe a que nadie como Chéjov consiguió convertir la nimia anécdota de que hablaba Eugenio d'Ors en profunda y extensa categoría. De los autores que llegan a convertirse en clásicos suele aprovecharse todo -hay quien dice que hasta la lista de la compra-, y Chéjov no es una excepción. Artículos periodísticos circunstanciales y fragmentos de cartas que hablan sobre teatro se reúnen en este volumen en el que alguna nota hay -«Función en beneficio de P. M. Svobodin», por ejemplo- cuya prosa, por meramente informativa, no desluciría al lado de la de cualquier cronista local del momento, pero lo cierto es que en general, y más allá de criterios de selección que no le competen, Chéjov era Chéjov y cuando escribía, fueran artículos periodísticos sobre Sarah Bernhardt o cartas dirigidas a las más diversas personalidades del teatro y la intelectualidad de su país, se ve siempre en él la claridad de pensamiento, el oficio, el esfuerzo y, sobre todo, el proceder analítico del genuino razonador.

Sobre teatro reúne un puñado de artículos que publicó en prensa y también los fragmentos de sus cartas que hablan del tema. Entre los primeros están las notas tituladas «Fragmentos de la vida moscovita», en las que se dedica a mirar por la ventana con bastante buen humor y mucho ingenio, como demuestra el apunte del 15 de septiembre de 1884 en el que se tipifica a la gente que tiene derecho a acudir al teatro sin pagar, entre quienes se encontraban: «a) los familiares del policía de guardia hasta la quinta generación incluida; b) los familiares y conocidos del taquillero; c) las mujeres y las cuñadas de los acomodadores; d) papaítos, mamaítas, hermanitos, mujeres y "objetos de amor" de los músicos, los apuntadores, los actores y los camareros» y una multitud de gente más. Abundante productor de cartas -la correspondencia con su esposa se puede leer en castellano-, entre las que aquí se reúnen suelen tener especial gancho, por la honestidad y clarividencia de sus reflexiones, las dirigidas a Alexéi Suvorin, propietario del periódico «Nuevos Tiempos», donde Chéjov publicó muchos cuentos, y también las que le envía a la actriz Olga L. Knipper, que en 1901 se convertiría en su esposa; o las destinadas a encauzar los pasos de compañeros de oficio como Maxim Gorki o a tratar sobre peculiaridades de la puesta en escena de sus obras con hombres de teatro como Stanislavski y Meyerhold.

Excelente escritor, Chéjov no lo es menos en las cartas, para las que parecía tomarse casi tantas molestias como para cualquiera de sus impecables obras. Por eso aquí se puede apreciar al fino crítico, amable, pero siempre exigente, con los demás y consigo mismo; honesto y seguro de sí mismo, alentador para los talentos que cree merecen la pena, pero también cruel con la mediocridad de muchos actores; perspicaz, reflexivo y profundo siempre: «Creo que los literatos no deben resolver cuestiones como la de Dios, el pesimismo u otras. La tarea del escritor consiste únicamente en reflejar quién, cómo y en qué circunstancias habla o piensa sobre Dios o el pesimismo. El artista no debe ser juez de sus personajes ni de lo que dicen, sino sólo un testigo imparcial», le explicaba a Suvorin en 1888 dejando breve y clara constancia de todo un ideario estético. «No debemos actuar como charlatanes, sino declarar sin rodeos que en este mundo no se entiende nada. Sólo los tontos y los charlatanes lo saben todo y lo entienden todo», aclara en otra carta. Y, de nuevo a Suvorin, remata: «En las conversaciones con la cofradía de escritores siempre insisto en que no es tarea del arte resolver cuestiones especializadas. No está bien que el artista se ocupe de lo que no sabe. Para las cuestiones especializadas contamos con especialistas [?] El artista, en cambio, debe opinar sólo de lo que entiende; su esfera es tan limitada como la de cualquier especialista»; «La gente juzga las obras como si fuera facilísimo escribirlas. Lo que no saben es que es muy difícil escribir obras buenas, en cambio, escribir obras malas es el doble de difícil y espantoso». Al escritor y antiguo militar I. L. Leóntiev, que firmaba como Scheglov, le comenta en 1890, a propósito de los misterios del «arte» y de lo «artístico»: «Divido las obras en dos clases: las que me gustan y las que no. No tengo más criterios. Y si me pregunta por qué me gusta Shakespeare y no me gusta Zlatovratski, no le sabré responder». A Olga Knipper se le quejaba en 1901 de los sinsabores de ser autor teatral en Rusia: «Por mi parte, abandono completamente el teatro. Nunca más escribiré teatro. Se puede escribir teatro en Alemania, en Suecia, hasta en España, pero no en Rusia, donde no respetan a los dramaturgos, los cocean y no les perdonan ni el éxito ni el fracaso».

Al príncipe, actor y escritor georgiano A. I. Sumbátov le escribía a propósito de Gorki, un autor al que siempre respetó y al que ayudó en sus primeras obras teatrales e intervino para que se llevaran a escena: «Es difícil juzgar a Gorki; hay que intentar comprenderlo a partir de su abundante producción escrita y de lo que se dice de él. No he visto su obra Los bajos fondos y sé poco de ella, pero con sus relatos -«Mi compañero» o «Chelkash», por ejemplo- tengo bastante para no considerarlo ni de lejos un escritor menor. No hay que tener en cuenta Foma Gordéyev y Los tres, pues son obras malas, y Los pequeñoburgueses es para mí un trabajo de instituto. Pero el mérito de Gorki no está en que guste, sino en que ha sido el primero en Rusia y en general en el mundo que ha empezado a hablar con desprecio y repugnancia de la pequeña burguesía».

Seguramente a este volumen le haría falta un prólogo más funcional que el escrito por Lluís Pasqual, unas palabras preliminares que hablaran de los textos que nos vamos a encontrar y explicaran mejor su procedencia, aunque fuera a costa de homenajear algo menos la figura de Chéjov, pero en fin, aquí están, que no es poco, los artículos y cartas sobre teatro de quien el propio Gorki recordaba como alguien que «amaba todo lo espontáneo, auténtico, sincero y tenía una manera muy singular de devolver a la gente la sencillez».