Félix Fénéon (1861-1944) es un desconocido para el público español, pero rara es la biografía de cualquier artista postimpresionista -Seurat, Toulouse-Lautrec, Van Gogh?- en la que no aparece como sobresaliente secundario. Llegado de provincias, fue un destacado personaje en el París de entre los siglos XIX y XX, sobre todo por su faceta de crítico de arte y literatura, pero también como anarquista de acción juzgado por un atentado con bomba que se ejecutó en el café Le Foyot el 4 de abril de 1894. Ejemplar funcionario del ministerio de la guerra durante el día, se convertía después del trabajo en un concienciado y concienzudo activista. Aquel atentado -no está claro si realmente fue él quien llegó a perpetrarlo o no- le llevó a ser detenido y procesado y más tarde depurado de su puesto en el ministerio. Después de todo el lío alcanzó para ganarse la vida, gracias a un amigo millonario, un despacho como editor de la Revue Blanche, lo que confirmaría su prestigio en el mundo del arte y le daría amplia fama por su facilidad para descubrir nuevos valores y relacionarse con el talento. En las páginas de aquella revista firmaron gente como Debussy, André Gide, Marcel Proust, Apollinaire, Jarry, Paul Claudel, Jules Renard, Marcel Schwob, Materlink o Léon Blum. Su aventura con la revista duró menos de una década y después Fénéon pasó por la redacción del conservador Le Figaro y sobre todo dejó su firma en Le Matin, donde durante un año fue viendo la luz el proyecto que ahora la editorial Impedimenta -tan atenta a raros e imprescindibles de la literatura como Georges Perec, Boris Savinkov o el Vizconde de Lascano Tegui- nos pone en las manos.

Estas Novelas en tres líneas, como bien explica Antonio Jiménez Morato en su sobrio y aclarador prólogo, juegan con la ambigüedad del término «nouvelle», que por un lado significa novela corta y, por otro, noticia. Libro para espigar, para leer en pequeñas dosis, como si se tratara de una recopilación de haikus, de microrrelatos o de aforismos, conserva precisamente por eso una factura muy actual, pues en esencia no se trata más que de noticias manipuladas con voluntad de estilo. A lo que aquí se juega es a hacer de lo inmediato algo trascendente, un juego, ciertamente, muchas veces al alcance de cualquiera -hay brillantes obras maestras de la literatura que existen efímeramente garabateadas en los muros o en los columpios de los parques- para el que Fénéon demostró una indesmallable maestría: «El señor Colombe, vecino de Ruán, se mató de un balazo ayer. Su mujer le había disparado tres en marzo, y el divorcio era inminente»; un juego, por otra parte, que el lector no debe tomarse demasiado en serio, pues en él es casi inevitable caer muchas veces en manos de la más pura y simple banalidad: «Por prevaricador, el agente administrativo Vasseur, natural de Boulogne, ha sido condenado a seis meses de prisión». Es este un libro en el que cada lector tendrá que hacer su propia selección, encontrar la mena adecuada a su paladar entre toda la ganga que se le ofrece, y que resulta tanto o más interesante por presentarnos a un autor fascinante como personaje de su propia vida y de la de algunos de los artistas más importantes de su tiempo que por asomarnos a una obra agradable siempre, brillante en muchas ocasiones, pero a la que, ahora que la conocemos completa, si algún editor atrevido le quitara más de la mitad podría hacerla ganar en brillantez descargándola de nadería.