Un librito recién descubierto no reeditado hasta ahora, El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo, me ha arrancado más de una sonrisa. Lo escribió Honoré de Balzac, en colaboración con un colega, Emile Marco de Saint-Hilaire, cuando tenía apenas veintiocho años, y vio la luz en 1827 en la pequeña imprenta del autor de La comedia humana, un negocio que le acarreó tantas satisfacciones como deudas. Sus publicaciones en esos años revelan la facilidad que tenía el gran escritor francés para sobreponerse a la adversidad con un envidiable sentido del humor como demuestran: El arte de no cenar nunca en casa, sino en la de otros o El arte de no dejarse engañar por los bribones. En su admirable retablo social de la época también se encuentran: Tratado de la vida elegante, El arte de ponerse la corbata o El arte de dar una cena y cortar carne.

Algunas de las cosas que escribió aquel bon vivant tienen que ver con la imposibilidad de no adquirir deudas. Si le hubiese tocado vivir hoy lo habría hecho sobre las hipotecas. Sobre los acreedores dejó escrito en su manual para pagar deudas sin gastar un céntimo que entre ellos existen personas sensibles que terminanpor atarse al deudor, «sobre todo al deudor que nunca les ha pagado nada». Pero no se trata simplemente de una broma literaria, algunos héroes de sus novelas, De Marsays, Rastignac, Mercadet, defenderán muchas veces las tesis del autor de que la ausencia de deudas o las deudas pequeñas dan al individuo un talante ahorrador, mientras que las deudas cuantiosas lo tornan derrochón y perdulario. Stefan Zweig, el mejor biógrafo de Balzac, cuenta cómo con cien francos al mes, el escritor le daba siete veces la vuelta entre los dedos a cada moneda antes de gastarla. Con setenta mil francos, cantidad para él astronómica, lo acostumbrado para él era contraer algunos millares de francos más de deuda. Vean el aforismo principal de la obrita: «Mientras más deudas se tienen, más crédito se tiene; mientras menos acreedores se tienen, menos ayuda se puede esperar».

La deuda, tan de actualidad, ha sido el hilo conductor de la novela francesa decimonónica, tanto en lo que atañe a la ficción como en lo que se refiere a los escritores o quienes formaban parte del entorno. A Madame Bovary la hundieron las deudas, no el adulterio, en la novela de Flaubert. Balzac vivió asediado por los acreedores y Alexandre Dumas, otro amante de los placeres y del lujo, no podía hacer frente al tren de vida que llevaba. A muchos otros, por iguales o distintos motivos, les pasaba lo mismo.

Claude Schopp acaparó hace ahora un año el renacimiento de Dumas con una novela inédita, El caballero Héctor de Sainte-Hermine, del autor de Los tres mosqueteros. Schopp, auténtico especialista en la obra de Dumas, declaró que sus primeras sospechas sobre la existencia de dicha novela se habían suscitado tras leer una carta suya en la que comentaba un texto escrito por él mismo sobre las deudas contraídas por la emperatriz Josefina y los problemas que podría acarrearle la publicación con los periodistas afectos al bonapartismo. La obra se publicó finalmente por entregas en «Le Moniteur Universal» del 1 de enero al 26 de octubre de 1869. Schopp explicaría más tarde que el hallazgo de las entregas y sentirse Colón descubriendo América fue la misma cosa.

Las deudas llevaron a los escritores a doblar su producción. Dumas, uno de los ejemplos más prolíficos, vivió 68 años y escribió más de 300 obras. Teniendo en cuenta su dedicación a las mujeres, la comida, el vino y las fiestas, resulta improbable pensar que se entregara en cuerpo y alma a la literatura, por lo menos a la ardua tarea de elaborar los voluminosos textos que firmaba sin contar con colaboradores amanuenses. Así que siendo mulato, se le conoció como «el negro de los negros». En literatura se tiene por «negro» al que realiza el trabajo que al autor no está dispuesto a hacer y plasma en el folio lo que a éste se le ocurre. A veces lo que se le ocurre a él mismo. Es famosa la anécdota de Dumas padre que le pregunta al hijo si ha leído su novela. Y el hijo le responde: «Sí, ¿y tú?».

El drama económico domina la comedia humana de Balzac, alcohólico y ludópata, que recurrió a amantes para que le financiasen incluso sus negocios ajenos a la literatura. La necesidad de dinero le obligó a mantener un ritmo de producción que sólo podía sobrellevar con la ayuda de colaboradores. Hay una historia de la negritud paralela al esclavismo en los escritores. Ello no quiere decir, sin embargo, que quienes las firmaban no fuesen los autores de las historias. Los «negros», por lo general, se limitaban a cumplir órdenes y en pasar a limpio las ideas que se les ocurrían a Dumas o Balzac, en los momentos más lúcidos de la borrachera o en los más livianos de la resaca. Ambos escribían o lo hacían a través de otros para pagar las deudas. El trasunto era conocido por la sociedad que frecuentaban y no por ello se les quería menos. Siglos más tarde yo los sigo queriendo mucho a los dos. Digamos que tengo una deuda con ellos.