La Orquesta Filarmónica de Berlín es la formación sinfónica más importante del mundo. Su historia legendaria, presente esplendoroso y capacidad para liderar el futuro la convierten en una referencia absoluta. La orquesta germana acaba de firmar un convenio de colaboración con el madrileño teatro Real y el Festival de Pascua de Salzburgo que se sustanciará en estancias periódicas en los próximos años de la formación berlinesa, en lo que será, sin duda, uno de los grandes alicientes de la polémica «era Mortier». Como anticipo, el pasado domingo, en vez del foso se adueñaron del escenario del teatro para una ocasión muy especial: cada primero de mayo, y desde hace más de dos décadas, la orquesta festeja su «Concierto de Europa», iniciativa que va cambiando, cada año, de escenario y de país. El teatro Real fue, en esta ocasión, el epicentro de una celebración que se retransmite a todo el continente y que, además, se graba y edita en DVD. Además, al ensayo general el día anterior mil quinientos escolares procedentes de toda España.

Escuchar a la orquesta alemana es un privilegio absoluto. El dominio perfecto que sus músicos exhiben en la interpretación de cada obra que realizan es apabullante. En su cita española optaron por un programa curioso y contrastado con una primera parte más centrada en lo español -con un concepto bidireccional de lo ibérico, también desde la reelaboración extranjera- y una segunda en la que el gran lucimiento orquestal fue la nota característica.

La evocadora «España, rapsodia para orquesta» de Emmanuel Chabrier abrió la velada con fuerza y energía inusitadas, en un alarde que dejaría paso a una versión íntima, casi camerística, del célebre «Concierto de Aranjuez para guitarra y orquesta» de Joaquín Rodrigo, con el guitarrista Cañizares como solista rotundo y de aceradas y hermosas texturas en sus intervenciones. La obra, una de las más célebres de la música española del siglo XX ha conocido, quizá por ello, el maltrato continuo de versiones que rozaban lo hortera o la blandenguería más absoluta. En manos de Sir Simon Rattle y la Filarmónica de Berlín su carácter fue otro. Enjundia expresiva y honda capacidad lírica permitieron apreciar una versión suculenta y de melancólicos acentos evocadores y nostálgicos.

Comparte Rodrigo con Sergei Rachmaninov una mirada hacia una estética un tanto pretérita. Lejos de ser un defecto es una característica más de una escritura que el tiempo ha mantenido en el repertorio por la alta calidad de sus creaciones. La «Segunda sinfonía en mi menor, op. 27» del compositor ruso es un alarde de orquestación opulenta, con un lenguaje crepuscular y postromántico ciertamente cautivador. Rattle la reivindicó en Madrid junto a sus músicos con una capacidad de convicción infinita, con una entrega y una confianza en su explosivo desarrollo que cautivó a los asistentes. En sus manos la partitura se convirtió en un torbellino expresivo, arrebatador. Música europea que sirvió de preludio a una relación operística que, sin duda, dará mucho que hablar en los próximos años.