El compositor polaco Karol Szymanowski está conociendo un lento pero sólido redescubrimiento en las programaciones de orquestas y teatros de ópera. Es lógico. Dotado de un lenguaje musical poderoso, lleno de fascinantes particularidades, en su catálogo hay joyas esenciales del siglo XX como el sensacional Król Roger que estas semanas ocupa la programación del teatro Real de Madrid y que ha levantado algún revuelo por su audaz propuesta escénica. Nada llamativo, que no pasade una especie de alergia primaveral de fácil solución.

En el Rey Roger anida como telón de fondo un hastío seco, casi hiriente. Un equilibrio falso y vacío se ve desestabilizado por una irrupción casi mesiánica que provoca un torbellino emocional en los protagonistas: deseo y rechazo que aún reafirman más el ansia de posesión y una huida hacia ninguna parte que lleva a un callejón sin salida que sólo encuentra una válvula de escape en una especie de utopía onírica de la que se destierran los escasos asideros a la realidad que aporta el sobrio y mesurado personaje de Edrisi, punto intermedio entre el rey Roger II y su esposa Roxana y el Pastor convertido en un imán de irresistible atracción. Szymanowski abre la puerta del armario y lo que hay dentro rompe hasta las bisagras de las puertas en una lucha a muerte entre lo apolíneo y lo dionisiaco, entre la razón y los instintos.

La acción de la ópera transcurre en una noche. ¡Menuda nochecita! Y en ella el director de escena Krzysztof Warlikowski -premio lírico teatro Campoamor hace dos años por su montaje de El caso Macropoulos- entra a saco proponiendo una lectura inestable, casi sucia en el perfil moral de los personajes y muy trabajada y llena de sugerencias. Indudablemente estamos ante una propuesta que busca no dejar a nadie indiferente. Distintos sustratos estéticos, muchos de ellos deudores del cine -ahí está como recurso sustancial Teorema de Pasolini conviviendo con la Factory de Andy Warhol, pero también en el ballet una estética portuaria de fondo, muy a lo Querelle de Brest. Imágenes poderosas se suceden de manera continua. Quizá su desarrollo es demasiado abigarrado en el primer tramo de la obra- y el empleo de máscaras y caretas le da un tono deliberadamente perverso a la acción por el contexto. Todo en su apuesta es desalmado, como una especie de vómito a la sociedad de la opulencia y el hartazgo. El resultado global es de relieve por su osadía para bucear en el turbador lado oscuro de la mente sin ningún tipo de concesión.

En este trabajo radical tuvo la complicidad de un reparto importante con Mariusz Kwiecien impecable como Roger II y Olga Pasichnyk desbordante de garra expresiva en el papel de Roxana. Fantástico también el Idrisi de Stefan Margita y canalla el pastor de Will Hartmann. Paul Daniel desde el foso consiguió una lectura acerada y punzante de la intensa partitura de Szymanowski sacando partido a la orquesta y al coro. Al final de la representación, el dos de mayo, Warlikowski salió a saludar y su trabajo fue saludado con bravos e intensas ovaciones. Curiosa y reveladora situación con respecto al estreno. Indicativa de que hay también otros públicos en la ópera que están reclamando riesgo e innovación.