Se me ocurre un experimento. Colocar en una estantería de una de esas tiendas de gasolinera y autopista en las que venden revistas del corazón, toros de plástico, muñequitas vestidas de andaluzas elevando sus brazos hacia el cielo, cajas de galletas, los CD de El Fary, películas protagonizadas por sucedáneos de Silvester Stallone y libros con los mejores chistes de Arévalo, un ejemplar del libro que presenta Manuel González Suárez: Philógelos (El chistoso), una muestra de lo que podríamos denominar literatura popular en la Grecia antigua. Mi hipótesis es que Philógelos vendería más ejemplares que Arévalo. ¿Por qué? Porque Philógelos es una recopilación de chistes con larga tradición en el mundo antiguo, con pocos refinamientos y ardides literarios pero, como dice Manuel González (editor del texto griego, responsable de la traducción y autor de la introducción y notas), con un atractivo inmediato. Humor popular, de autoría anónima, sencillo y directo al estómago. Lo siento por vosotros, Arévalo, Chiquito de la Calzada, Pepe da Rosa, habitantes de Lepe, Marianico el corto, Jaimito, Morancos y demás fauna: no sólo no estáis solos, sino que tenéis mucho que aprender de los viejos griegos.

Si, en nuestro experimento, un ciudadano que acaba de llenar el depósito de su coche (y, por tanto, está de muy mal humor) decide echar un vistazo al librito que estamos comentando, puede que se asuste si lee la introducción: un erudito (aunque clarísimo) análisis de los manuscritos que transmiten el Philógelos, la cronología (una datación exacta es imposible, aunque la redacción de los chistes se suele situar en los siglos III o IV d. C.), el autor o autores de la recopilación, las fuentes, la lengua e incluso los mecanismos del chiste y la comicidad en el mundo antiguo. Pero si el ciudadano insiste, se encontrará con chistes de «intelectuales», esos tipos que han frecuentado la escuela y los libros pero que están un tanto alejados de la realidad; chistes sobre avaros o pobretones que se hacen pasar por ricos; chistes dedicados a los abderitas, a los que se caricaturiza como personajes grotescos e histéricos, al igual que en la antigua Grecia se decía que los beocios eran secos, los tesalios de espíritu lento y los corintios lascivos, y del mismo modo que en España muchos chistes se basan en los tópicos de la tacañería de los catalanes, las ganas de juerga de los andaluces, la ambigüedad de los gallegos o la fanfarronería de los asturianos; chistes de bromistas; chistes sobre gruñones, personajes de mal carácter e insoportables pero ágiles en sus contestaciones; chistes sobre incompetentes o ineptos (maestros, aprendices de barbero, adivinos y astrólogos); chistes dedicados a los cobardes, en especial cazadores y boxeadores; chistes sobre holgazanes, envidiosos, borrachos, tipos a los que les huele el aliento, mujeres lascivas, hombres que no soportan a sus esposas y glotones. Nuestro ciudadano reanudará su viaje con el depósito del coche lleno, la vejiga vacía, un café en el estómago y un librito de color negro en el bolsillo. Y con mejor humor.

La edición de Philógelos de Ediciones Clásicas (que los dioses griegos guarden muchos años) tiene la suerte de contar con las sabrosas, precisas y luminosas notas a pie de página de Manuel González, profesor de Filología griega en la Universidad de Oviedo. Muchos chistes parecen no tener maldita la gracia hasta que uno lee la nota a pie de página y, de repente, se hace la luz. Un ejemplo. Un bromista, al ver que un médico frotaba con ungüento a una niña, dijo: «Ten cuidado, no sea que por curar la vista dañes a la niña». Manuel González aclara que el término griego «Koré» tiene el mismo doble sentido que para nosotros, es decir, «niña» como muchacha joven o como pupila del ojo, y el verbo «dañar» tiene el sentido de «corromper» o «seducir». Ahora se entiende la observación del bromista. Las 389 notas a pie de página que iluminan los viejos chistes no sólo se limitan a explicar juegos de palabras o precisar el significado de una expresión griega, sino que están llenas de datos y curiosidades que por sí solos merecerían que Philógelos no perdiera su puesto en la estantería entre los chistes de Arévalo y las canciones de El Fary: apuntes sobre la esclavitud en Grecia, los baños públicos, los juegos, la comida, los entierros, el calzado, la educación, los instrumentos musicales, la prostitución, los barcos de guerra, el matrimonio o el vino. Y hablando de vino. Cuando le preguntaron a un intelectual cuántos sextarios (un sextario son aproximadamente 54 decilitros y medio) contenía un ánfora, respondió: «¿Hablas de vino o de agua?».

Suena la canción «El toro guapo» en el CD del coche. En el asiento de atrás, un diario deportivo, una caja de galletas y un ejemplar de Philógelos. El conductor no puede dejar de sonreír.