Desde siempre han tenido su lugar en la historia de la pintura determinados artistas que se apartan de cualquier clasificación de tendencia o narrativa convencional para pintar universos particulares, fabulaciones de la imaginación expresadas en lenguajes también muy característicos, mundos visionarios a menudo inquietantes, simbólicos y de excéntricas iconografías. Se les llama «independants», raros, primitivos, populares, secretos, o lisa y llanamente naifs, surrealistas, metafísicos o realistas mágicos por buscarles mejor encaje porque aún siendo de diferentes especies tienen algún grado de parentesco. En ocasiones, con razón o injustamente, no se les valora ni se les hace el menor caso pero en otras, de el Bosco a Henri Rousseau, o Aurelio Suárez, el mundo del arte encuentra fascinantes sus poéticas plásticas y sus lenguajes codificados y se convierten en favoritos de los aficionados, del mercado y de los críticos, que aprovechan con entusiasmo la oportunidad de hacer literatura, a veces aprovechan con entusiasmo la oportunidad de hacer literatura, a veces de la mejor, no digo lo contrario, a costa de esos enigmáticos mundo paralelos.

Como esos caminos del arte no responden a una tendencia específica, es muy amplio el margen de interpretación en cuanto a situar en ellos a pintores, incluso a obras concretas, que en lo habitual no transitan por la vía excéntrica. Por eso suelen convivir en las muestras colectivas que los agrupan obras en distinto grado de identificación con la extrañeza con respecto a la realidad y el lirismo del misterio. La actual, «Natural copies», con el paisaje como motivo, tiene dos antecedentes relativamente recientes: Uno en esta misma galería, «Paisajes imaginados» con la obra de seis pintores de la figuración fantástica. El otro, en la galería Gema Llamazares, con el título de «Natura silente». En aquel caso, con el género del bodegón como motivo, tuvo como comisario a Dis Berlín e incluyó junto a los asturianos Galano, Reyes Díaz y Melquiades Alvarez, entre otros artistas a Gonzalo Sicre, Emilio González y Mazarío, que repiten ahora comparecencia en Asturias.

En la presente exposición Gonzalo Sicre, un clásico metafísico, presenta dos interesantes piezas que nos introducen en el tenso e inquietante ambiente de sus pinturas, donde habitan el incierto desasosiego y el peso de la soledad, acrecentada en una de ellas con la presencia de una figura sentada en un banco. El cántabro Emilio González Sainz está representado por un buen número de obras sobre el papel y tela, bien representativas de su figuración ensoñadora, pintura de precisión en el detalle y claridad ambiental que produce atmósferas de exótica nitidez, en las que cierto regusto ingenuista convive con influencias de Bruegel o Patinir y el sentido romántico de Friedrich. En cuanto a José Luis Mazarío, residente en Santander aunque nacido en Teruel, es el más decidido «outsider», surrealizante y anticonvencional en sus pinturas de trazo grueso que son generadoras de movimiento, y sus espacios complejos, son profundidad, en los que expresa visiones alucinatorias de difícil interpretación. Leo Wellmar, nacido en Suecia nos ofrece una única y diminuta exquisitez, un admirable esencializado paisaje y su doble como reflejo.

También aquí hay presencia de asturianos, asimilados en concretos registros pictóricos a este concepto de paisaje como descubrimiento de naturalezas paralelas a la realidad. Kely con la idealizada, oscura y selvática presencia de sus últimas flores, de opresiva estética simbolista; Hugo Fontela, con la presentación de una nueva invención formal muy impactante, es un buen inventor de formas, sobre fondos de sugestiva calidad plástica. Y Carlos Sierra, sorprendente con un bodegón, o «bodegón-paisaje», que connota cierta abocetada espontaneidad, incluso con restos de grafismo aleatorios, y sin embargo, con insistido énfasis expresivo en la descripción de flores y una frutas inciertas, a medio camino entre las manzanas de Cezanne y las sombrillas de cocktail.