«El siglo XX ha dejado más ruinas sociales que nuevas construcciones». La conclusión de Alain Touraine funcionaría bien como epitafio pero es la constatación de vivimos entre los escombros de un mundo que no volverá, cuyo derrumbe comenzó a gestarse mucho antes del cambio de milenio. El desconcierto ante lo que ocurre, la incapacidad de articular una respuesta política y social es ahora una de las singularidades de este siglo, de un «mundo moderno líquido» en definición de Zygmunt Bauman, en el que nada «se mantiene inmóvil ni conserva mucho tiempo su forma». Los dos autores, que compartieron el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2010, se suman a quienes, desde distintas perspectivas, tratan de arrojar luz sobre lo que ocurre. Junto a ellos, otros animan a superar el golpe y a intervenir. Son los nonagenarios Stéphane Hessel y Edgar Morin, el primero con ¡Comprometeos!, la secuela de ¡Indignaos!, y el segundo con un gran manual de supervivencia para la humanidad.

Para quien, como Touraine, ha vivido tres cuartas partes de un siglo tan convulso como el pasado resulta llamativo que la actual hecatombe se desarrolle sin grandes estallidos sociales. Lo que en Después de la crisis, su libro más reciente, llama «el silencio de las víctimas» constituye a su juicio «uno de los efectos más sorprendentes de la época que estamos viviendo».

El libro se divide en dos partes, una dedicada al análisis de la situación actual y otra destinada a abrir una propuesta de futuro. En la primera constata como rasgo más sobresaliente de la época «la separación entre el mundo económico y el mundo social» consecuencia de que una la globalización que «sitúa la economía a un nivel en el que ninguna institución social, política o económica puede intervenir». Así, «el mundo social está siendo destruido rápidamente por la globalización de la economía», lo que nos coloca ante algo con mayor calado que un petardazo coyuntural del sistema. «La crisis actual es más que una crisis: acelera la mutación de un tipo de sociedad a otro», advierte el sociólogo.

El derrumbe al que asistimos opera con efectos dispares. Por un lado, «el capitalismo ha padecido una crisis grave pero no sale debilitado de la crisis». Frente a ello «la izquierda socialdemócrata, al revelarse incapaz de representar a los nuevos sujetos de los movimientos de liberación, se priva de su propia capacidad de acción política». La consecuencia de todo ello es que «el ser humano se ha vuelto incapaz de ser lo que querría ser y de defender sus derechos fundamentales».

Pero ¿por qué resulta tan difícil articular una respuesta colectiva? Para Touraine «el mundo de los dominados se ha vuelto tan variado y fragmentario que no podría dar nacimiento a un actor histórico, es decir, a una voluntad de acción colectiva que tenga un efecto sobre las orientaciones de la sociedad». Solución: «Es urgente que la izquierda socialdemócrata se transforme en izquierda "postsocial" y que la derecha impida la especulación destructiva mediante la intervención del Estado». Touraine considera que «sólo podemos superar esta crisis si comprendemos que únicamente la apelación a los derechos universales del sujeto humano puede detener la destrucción de toda la vida social por la economía globalizada». «Hemos conquistado libertades y ahora hay que defenderlas. Pero también hay que crear un movimiento que, partiendo de las demandas y las reivindicaciones de la mayoría, vuelva a dar vida al mundo político, al tiempo que lo controle».Y en esto Touraine viene a coincidir con quienes defienden la urgencia de una renovación democrática. De entre ellos, Stéphane Hessel ha alcanzado una fama insólita bien superados ya los noventa. Hessel se preocupa ahora de que la energía liberada con su panfleto ¡Indignados! no se disipe e insta a quienes lo convirtieron en un héroe de la revuelta a dar el paso siguiente: ¡Comprometeos!. En esta conversación con el escritor y activista social Gilles Vanderpooten, Hessel avanza sobre lo ya dicho, con la misma retórica que resulta fácil compartir aunque sin la capacidad de dar forma a una respuesta que sustente y articule la gran acción de cambio sobre cuya necesidad hay un amplio acuerdo. Quizá sea exigir demasiado a un solo hombre aunque Edgar Morin -a quien Hessel remite siempre en busca de todas las soluciones- acepta el reto en La vía. Para el futuro de la humanidad. Ahí es nada. Lo de Morin quiere ser un manual de reformas alimentado por la amplia elaboración teórica que viene desarrollando desde hace décadas y de cuyo recorrido y vinculación con este nuevo libro deja constancia detallada en el prólogo. Morin es consciente de las dificultades de semejante empresa y anticipa el probable fracaso. No se arredra, sin embargo, y dedica tres cuartes partes del libro a propuestas decambio, que abarcan desde el ámbito del pensamiento y la educación, lo social o la propia vida. Tiene el valor de articular una propuesta, compartible o no, aunque no se acompañe de la instrucciones de uso, es decir del ¿cómo lo hacemos? Quizá porque, insistimos, es tarea que desborda a un solo hombre. Y para concluir, apunta Morin lo que llama «cinco principios de esperanza», el primero de los cuales consiste en que lo improbable siempre puede aliarse con los resistentes. Así que no perdamos la esperanza.

La reflexión de cada uno de los tres autores que nos ocupan hasta aquí arranca con una análisis, más atinado en uno que en otros y coincidente en muchos aspectos, del mundo en que vivimos. En esta tarea sobresale Zymunt Bauman quien, quizá como buen conocedor de este tiempo, ha tenido la fortuna de acuñar una etiqueta que singulariza su pensamiento y lo pone en boca incluso de quienes ignoran lo que significa. Bauman despliega su reflexión sobre el momento actual, cambiante e inaprensible como el estado físico que, a su juicio, lo caracteriza en 44 cartas desde el mundo líquido, recopilación de una serie de colaboraciones periodísticas en las que perfila las peculiaridades de la sociedad contemporánea. Habla Bauman del impacto de la tecnología, con los cambios que ha provocado en nuestra percepción, con la pérdida de límites entre lo público y lo privado, con la explosión de lo fragmentario o el afán de conexión permanente que anula la oportunidad de disfrutar del aislamiento indispensable para la reflexión. Y también ensaya posibles opciones de salida de la crisis, que requieren «un período prolongado, tortuoso y doloroso de autocrítca y reajuste», un tiempo de autoconocimiento que nos libere de la falacia que se esconde en ciertas caracterizaciones de nuestro mundo.

En este punto conviene recomendar aquí La sociedad de la ignorancia, libro en el que diversos autores dan la vuelta a esa socorrida visión de «la sociedad del conocimiento» para advertirnos que quizá nos estemos abocando a lo contrario. «Vivimos, gracias a la tecnología, en una sociedad de la información que ha resultado ser también una sociedad del saber, pero no nos encaminamos hacia una sociedad del conocimiento sino todo lo contrario...nos encaminamos hacia una sociedad de la ignorancia», sentencia el ingeniero Antoni Brey, una sociedad con «individuos incapaces de concentrase en un texto de más de cuatro páginas» y en la que «de forma progresiva, la ignorancia ha ido perdiendo sus connotaciones negativas hasta el punto de llegar a prestigiarse».