Quizá la cosa empezó tan solo como un entretenimiento de tiempo libre para el hoy Jefe de la Policía de Gijón, Alejandro M. Gallo (Astorga, 1962; es decir, asturiano: ustedes ya me entienden) cuando publicó hace siete años la novela de intriga política que fue Asesinato de un trostkista. Pero la cosa se complicó y Gallo se dio cuenta de que le quedaba tanto por contar que, si no seguía escribiendo, se le iba a pudrir dentro malamente. Así, alumbró enseguida Una mina llamada infierno, creando de paso su detective propio, Ramalho da Costa, que acabaría teniendo hasta vida en un cómic posterior. El éxito le sorprendió y le sonrió (hubo que hacer segunda edición), e hizo que Gallo se lanzase a un tema que le obsesionaba, que ya había aparecido de pasada en las citadas narraciones y sobre el que se había documentado a tope: el maquis, la guerrilla. De modo que, del 2006 al 2009, fueron apareciendo los volúmenes de una especie de trilogía compuesta por Caballeros de la muerte, La última fosa y Operación Exterminio. Es decir, el entretenimiento de tiempo libre ya se había convertido en el «caso Alejandro M. Gallo»: de un policía que escribe a ratos se pasó a un escritor que se gana la vida como policía. Dos vocaciones distintas, un solo Gallo verdadero.

En todas estas obras se ven con facilidad unas cuantas constantes: predominio del argumento, una intriga, creciente importancia del diálogo, fondo social y narración realista (casi, si me apuran, naturalista). En las obras de Gallo «pasan cosas»; el hilo conductor es un complot (o una traición) que hay que deshilar para que se alumbre todo un conjunto social; sus personajes hablan, el narrador reproduce sus palabras sin meter mucha baza; la óptica es de izquierdas (la sombra de Sciascia es muy grande) y, si me siguen apurando, muy de la IV Internacional. A Gallo le trae bastante sin cuidado el alto estilo: ni fue ni es su propósito escribir con alta dicción, embelesar con adjetivos. Ha escogido un camino más de Baroja que de Benet, más de Chester Himes que de Henry James, más de Chandler que de Benjamin Black. Su propósito es que la cosa avance y que, al final, hayamos leído sin gran dificultad una historia, muy dura siempre, eso sí. A quienes nos gusta la literatura bajo todas sus manifestaciones, nos gustan Gallo, Camilleri, Markaris o Vázquez Montalbán, que no todo va a ser silla de madera, penumbra, música ambiental de Schoenberg y cuadros de Escher en las paredes. No todo es sillón de orejas y silencio total, pues también se lee en aeropuertos y otros andenes, en salas de espera, durante viajes largos, en tardes en que no está el cerebro para muchos ruidos de elevada prosa.

Pues bien, contado lo que había que contar sobre los maquis, ¿por dónde seguir?, ¿se había terminado el escritor? Muy al contrario. Aparte de ser ya figura imprescindible en cualquier sarao literario sobre «novela negra», hay otro tema sobre el que Gallo investiga desde siempre -desde antes de su paso por la Universidad incluso, desde su tiempo de oficial del Ejército- y que es la II Guerra Mundial: sus antecedentes, desarrollo y consecuencias. Y si bien guarda aún en su cajón una novelaza extensa sobre la «Columna Leclerc» y los españoles que entraron en París, acaba de ganar el muy prestigioso «Premio Francisco García Pavón» de narrativa con una novela donde tantea esos precedentes del Gran Conflicto 39-45. La presentó bajo el título «¿Quién te mató, Tovarich Kirov?», pero la editorial dispuso cambiarlo por Asesinato en el Kremlin, y saldrá a la venta en la segunda quincena de este mes. Mejor habría sido llamarla «El asesinato de Leningrado» o «El asesinato del Kremlin», como sus lectores comprobarán, pero allá queden los misterios editoriales. Historia: años 30 del pasado siglo; al gran líder bolchevique Serguei Kirov, dirigente del Partido Comunista en Leningrado, lo mata a tiros un desequilibrado de apellido Nikolayev, miembro de la Milicia (Policía Local); el magnicidio permite a Stalin purgar a sus posibles rivales en el poder (como habría sido el muerto) con la largueza y contundencia habituales, acusándoles de trostkistas y demás clichés de costumbre. Ficción: un comandante de la Milicia, Igor Litonev, investiga el caso al ser el asesino subordinado suyo; la policía política (instruida por el dictador) obstruye, asesina, empuerca pruebas, piensa en una gran conspiración. En el largo camino hacia la II Guerra Mundial, Stalin va librándose de todos quienes podrían hacerle sombra sobre en su poder omnímodo: es muy posible que Kirov haya sido su víctima. Gallo, con todas sus simpatías puestas en Litonev y su familia, lo deja entrever hasta donde se puede dejar entrever. Dicho lo cual, estas líneas deberían terminar con una crítica, favorable o desfavorable, a la novela. No va a ser así por esta vez. Cuando usted, amable lector, compre la novela y lea la página 9, verá que tal cosa hubiese sido una indecencia.