De vivir, Brian Ó Nualláin (1911-1966) habría cumplido cien años el pasado octubre. Puede que a los lectores el nombre de Brian Ó Nualláin no les diga nada y sí, en cambio, el de Flann O'Brien. Pero es probable, también, que no les suene ninguno de los dos, puesto que Ó Nualláin pasó la vida escondiéndose bajo seudónimos para eludir las incompatibilidades de funcionario y a O'Brien lo condenaron a ser un escritor menor los que consideran poco serio las ganas de reírse. A Ó Nualláin, u O'Brien, le pasó lo que a todos los escritores cómicos: más de uno se lo tomó a broma. Cuando James Joyce leyó su mejor novela, At Swim-Two-Birds, traducida aquí literalmente como En Nadar-dos-pájaros, comentó: «Es un libro muy divertido». Como ya es sabido, los grandes escritores no escriben libros «muy divertidos», escriben, simplemente, grandes libros.

Pese a ello, Joyce siguió leyendo hasta el final de su vida a su paisano, lo mismo que hizo Borges siempre que tuvo ocasión, y hasta el propio Beckett. Antes de ahogarse en whisky por última vez, Dylan Thomas recordó aquello que Flann O'Brien escribió en «The Irish Times» sobre Keats: «Es evidente que no existe ninguna bebida que se pueda comparar a una botella de cerveza negra. En cierta ocasión Keats llamó a un coche y se contrarió al ver la hermosa tapicería oscura echada perder por la leche que había derramado algún otro que había salido de juerga y volvía a casa con ella. En vez de gritar sobre la leche derramada, Keats le preguntó al cochero: "¿Qué es esto, un cabri-au-lait?"»

O'Brien, además de sufrir el cruel destino de otros escritores cómicos, tuvo además mala suerte: el almacén donde guardaba copias de sus escritos, entre ellos los de su primer libro, fue bombardeado; la segunda novela que escribió, El tercer policía, la rechazó el editor y no se publicó hasta después de su muerte, casi treinta años más tarde; otra de ellas, Fausto Kelly, fracasó en 1943.

En vista del éxito, decidió dedicarse al periodismo para ser recordado por sus divertidos y a la vez penetrantes artículos del «Times», bajo el seudónimo satírico de Myles na gCopaleen. Ellos le dieron en vida la fama y le permitieron un recuerdo póstumo. Una vez leí que pudiendo alcanzar la gloria de James Joyce tuvo que conformarse con la de Miles Kington, radiofonista y periodista británico conocido por sus columnas de «The Independent» y «Punch», y por la caricaturización de grandes personajes como Bertrand Russell.

Nordica publica ahora La gente corriente de Irlanda (The Best of Myles), con motivo del centenario del nacimiento de O'Brien: una selección de los artículos traducidos que escribió en «The Irish Times» en una columna llamada Cruiskeen Lawn (La jarrita llena), entre 1940 y 1966, fecha de su muerte. Hasta 1944, alternó el irlandés (el gaélico hablado en Irlanda) con el inglés, para posteriormente escribir sólo en esta última lengua, mayoritaria en la isla. Cruiskeen Lawn incluía todo lo imaginable: justicia, clichés, literatura, modos y costumbres de la sociedad dublinesa. O'Brien lo mismo apuntaba como solución frente a la crisis quedarse en la cama, sin levantarse, una semana de cada mes, que planteaba una defensa de los animales partiendo de que el ciervo es el mejor amigo del hombre. Por ejemplo: «¿Cuándo se ha comido un ciervo a un ciclista?».

Preocupado por los problemas de sus lectores, Flann O'Brien, o sea Myles na gCopaleen, ante el temor de las damas demasiado gordas a ser expulsadas del ballet por no elevarse los seis pies de altura exigidos, les recomendó unos escarpines patentados por él mismo a fin de vencer la dificultad. Cada zapatilla vendría equipada con tres minas terrestres diminutas, una en el talón y otra en cada lado del empeine. Las bailarinas, al dar el saltito, podrían aterrizar sobre ellas, haciéndolas estallar y así salir volando por los aires con la mayor naturalidad. Los escarpines Myles, según el propio inventor, garantizarían, al menos, seis magníficos brincos en cada actuación. Los recambios de dinamita y pólvora saldrían a un módico precio y los pies estarían protegidos por blindajes de acero. Los pies, no así las bailarinas. Myles na gCopaleen dio voz a la gente sencilla de Irlanda. Puso en duda los métodos del Gobierno del Estado Libre, animando a sus lectores a cuestionarlo. En contraste con la tendencia estatal hacia la cautela y el conservadurismo, O'Brien se inclino al experimentalismo y el absurdo. Myles usó Cruiskeen Lawn para quebrar la ideología hegemónica poscolonial.

La lengua materna de O'Brien era el gaélico irlandés; sólo empezó a hablar inglés a partir de la escuela. Escribía en los dos idiomas de la isla, sin embargo se opuso con la mordacidad de su pluma al empeño de Éamon de Valera de emplear buena parte de los recursos públicos de su empobrecido país en la búsqueda de una identidad lingüística ajena al inglés, el idioma más hablado. A medida que la población se veía obligada a emigrar en masa a países tan lejanos como Australia y los Estados Unidos para asegurarse un futuro sin hambre, el Gobierno irlandés gastaba el dinero de los contribuyentes en la revitalización de una lengua. El entusiasmo hacia el irlandés en el momento en que el nuevo Estado no se mantenía económicamente en pie fue para él un asunto de lo más recurrente. El gasto de nuestro Senado plurilingüe le habría dado para más de una coña.

Gente corriente de Irlanda

Flann O'Brien

Nordica, 2011, 416 páginas

23 euros