Ayer se cumplieron diez años de la muerte de Winfried Georg Maximilian Sebald, más conocido como W. G. Sebald, en una carretera de East Anglia, Inglaterra, recorriendo una vez más los paisajes que tanto le gustaban y describió en Los anillos de Saturno, probablemente su mejor relato. Conducía su coche cuando sufrió un infarto y falleció, se puede decir que prematuramente, a la edad de 57 años. Se encontraba llamando a las puertas del Nobel y halló abiertas las del cielo, si es que se puede decir así.

Desconozco cómo va lo de la canonización, pero sí habría que hacer justicia a la memoria no olvidándose de un escritor que tanto la quiso tener presente. Sebald situó la memoria como columna vertebral de su obra y, con ese argumento, se opuso al ominoso silencio de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Abandonó su país natal en 1965, cuando apenas había sobrepasado la veintena. Tras un año en Suiza, llegó a un Manchester sucio y en ruinas para ocupar un puesto de auxiliar en la Universidad, como él mismo describe en la historia de Max Ferber de Los emigrantes (1992). La razón fundamental que lo llevó a renunciar al sistema universitario alemán y emigrar al Reino Unido fue precisamente que la práctica docente estaba dominada por el silencio y el olvido sobre el pasado nazi.

La Universidad de Friburgo, donde había estudiado literatura alemana, era la misma que había tenido como rector en 1933 a Martin Heidegger, el filósofo del existencialismo que apoyó al régimen nazi durante sus primeros años en el poder. De manera significativa, el tiempo que Sebald estuvo allí coincidió con el juicio de Frankfurt sobre Auschwitz, que sacó a la luz las atrocidades cometidas en los campos de exterminio. No es de extrañar que percibiese entre sus profesores universitarios que habían llegado a donde habían llegado gracias por ser cómplices del silencio sobre los crímenes nazis que tanto le atormentaban. Probablemente fuese más el sentimiento de culpa de una sociedad lo que arrastró a los alemanes a aquella postura contemplativa, pero en cualquier caso a Sebald no le dejó indiferente. No estaba dispuesto a incorporarse como profesor de Lengua a una institución que consideraba moralmente contaminada.

Sebald, como autor nacido en la generación posterior al Holocausto, sentía necesidad de escribir sobre los acontecimientos históricos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial. El trauma causado hizo que los escritores de su generación se rebelasen contra la vergüenza nacional utilizando la literatura como una especie de catarsis. Él mismo se impuso el exilio y vio el resto de su vida sintiendo la melancolía del emigrante y, a veces, el dolor del apátrida. Un sentimiento que está presente también en la obra de Thomas Bernhard.

Pero por lo que le concierne a Sebald, un divulgador elegante, una especie de paseante de la memoria, la literatura lo convierte en un eterno buscador de experiencias, un escritor inclasificable que utilizó técnicas fotográficas y descriptivas para inaugurar una nueva era de la narrativa fiction-non fiction, hasta ese momento no demasiado explorada y que más tarde utilizaron con éxito otros autores. De ese viaje interior forman parte las novelas de la llamada tetralogía, Vértigo (1989), Los Emigrados (1994), Los Anillos de Saturno (1996) y Austerlitz (2001). Del olvido alemán tratan gran parte de sus ensayos literarios y Sobre la historia natural de la destrucción, donde Sebald a partir de unas conferencias se hace las preguntas más dolorosas sobre la negación del pasado. En ese libro contaba cómo con la excepción de Heinrich Böll, en El ángel callaba, de cuya lectura se privó a los alemanes durante cuarenta años, se guardó silencio sobre las ruinas y las muertes causadas por los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial. Solo Hermann Kasack, Hans Erich Nossack y Peter de Mendelssohn, además de Böll, escribieron en los años siguientes a la contienda sobre la difícil supervivencia de un país arrasado.

Su desengaño académico en Inglaterra, a partir de los años del thatcherismo, le hizo concentrarse todavía más en la batalla literaria de la memoria. La culpa, para un intelectual honrado y nada dócil, es para asumirla no para esconderse de ella. En Austerlitz, su última novela, consigue la mezcla bien dosificada de historia y amnesia que acabó haciendo de él un escritor de culto, comparado en ocasiones con Nabokov, Conrad, Calvino y otros. Por eso me preguntaba al principio sobre la santidad.