A un lado del cuadrilátero de papel, Jordi Llovet (Barcelona 1947), catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona, jubilado de forma anticipada por una mezcla de hastío y melancolía. El diagnóstico es del propio Llovet, pero Jordi Gracia (Barcelona 1965), también profesor de la Universidad de Barcelona y su oponente en este cruce de ideas, se apropia de él para dejar al descubierto el mal que aqueja a toda una generación de docentes y gentes de buen saber. Melancólicos frente a antiilustrados, una variación actualizada de los apocalípticos e integrados de Umberto Eco, pero una controversia del mayor interés sobre cuál ha de ser el motor del conocimiento y sobre qué bases ha de sustentarse la formación. Y también dos visiones distintas de nuestro tiempo. Una auténtica polémica intelectual, lo contrario de lo que presenciamos estos días en torno a los menestrales asuntos de la Universidad de Oviedo y que deja a la intemperie un submundo académico ni ejemplar ni excelente.

Todo empezó con la despedida de Llovet en forma de su libro Adiós a la Universidad. El eclipse de las Humanidades. Son más de 400 páginas en las que el catedrático mezcla el relato personal de sus diferentes momentos vitales y universitarios -si es que, en su caso, pueden distinguirse- con las reflexiones sobre la institución académica, la enseñanza y lo que hay que saber. Incluso quienes discrepen de los argumentos del autor disfrutarán de una lectura deliciosa por su ironía, erudición y variadas noticias sobre personajes y aconteceres del mundo académico.

Llovet se autorretrata como miembro de una generación que «entró en un período de ensimismamiento, de impotencia o, sencillamente, de cansancio melancólico» al sufrir el progresivo desplazamiento de las disciplinas humanísticas en los planes de estudios, la desvirtuación de la Universidad como reducto del saber en su sentido menos utilitario o la pérdida de la relación clásica entre maestro y discípulo. De todo ello hay un claro culpable: la decadencia de la palabra. «No parece descabellado suponer que una parte substancial de la crisis de las Humanidades es consecuencia de la progresiva desidia en que ha caído el uso de la lengua y de todas sus virtualidades retóricas desde que el mundo de la imagen y de la propaganda ha alcanzado casi un poder omnímodo y omnipotente de los medios de comunicación unipersonal y de masas». Los alumnos son los más vulnerables a ese entorno mediático y «sería pedir milagros creer que la generación estudiantil actual no estuviera contagiada del clima antiilustrado que domina nuestra época, bien perceptible en los foros públicos, sobre todo en los políticos». La época tiene unos signos externos bien definidos que moldean a los más jóvenes: «Las nuevas generaciones buscan más la fama que aprecian la grandeza; desean el éxito por encima del mérito; quieren antes la aclamación que el reconocimiento». Para Llovet, en definitiva, «la "cultura" derivada de las nuevas tecnologías y de las formas actuales del ocio se ha convertido, en sí misma, en una "civilización" a la que incomoda, cuando no se le antoja innecesaria o impertinente, toda forma elevada de cultura, algo que no había sucedido hasta la revolución industrial».

Llovet ejercita en este Adiós a la universidad el cometido del pensador público a la manera de Camus cuando afirmaba: «el intelectual es quien opone resistencia a las corrientes del tiempo». Es pesimista en su conclusión -no otra cosa cabe esperar de un melancólico- cuando afirma que «la cuestión universitaria no interesa a casi nadie y el problema de la educación en España tiene muy difícil solución», aunque deja un resquicio a la esperanza al anticipar que «no parece irrazonable postular el retorno de la palabra oral y escrita a todos los niveles de la educación y la articulación de los discursos para avanzar por la senda de cualquier conocimiento».

El profesor y crítico literario Jordi Gracia da la réplica a Llovet -aunque sin citarlo ni a él ni a su libro- en El intelectual melancólico. Es un panfleto, respetuoso con las reglas canónicas del género tanto en su extensión -apenas excede las cien páginas- como en el tono de la escritura y la argumentación directa. Un panfleto «escrito desde la confortable posición de otro funcionario universitario que ve con melancolía tonificante la proliferación de desmayos artificiales y sensible depresiones». Para Gracia, los males que airean Llovet y un amplio coro de docentes constituyen más una dolencia personal que un diagnóstico del momento. «El melancólico contemporáneo ocupa más tiempo en combatir la oquedad del presente que en defenderse de su dolencia sentimental», apunta. La visión de estos intelectuales se propaga con facilidad porque «el prestigio de la melancolía sigue siendo incombustible frente a la ecuanimidad analítica y la generosidad intelectual». Su denuncia, sin embargo, tiene mucho de vanidad contrariada y de desmemoria -«el melancólico no puede hablar muy alto sobre la universidad porque ha sido beneficiario objetivo de ella más que víctima»- pero también de apatía: «La realidad a menudo es que la mayoría de ellos hace mucho tiempo que no lee, que es vicio de adquisición común en el intelectual melancólico».

Y así, frente a lo que considera quejas improductivas de los melancólicos , Gracia sostiene que la sociedad actual «ha sido la más respetuosa en términos absolutos y términos relativos son el saber del sabio, aunque el sabio desdeñe tantas veces olímpicamente la ansiedad de esa ciudadanía media que compra los fascículos con obras de clásicos en el quiosco».

Llovet y Gracia avivan con estos dos libros -que, para mayor provecho, conviene leer por orden de aparición- una controversia nunca resuelta sobre cual es el sustento del saber y cómo los cambios sociales socavan incluso lo que creemos invulnerable al tiempo. Una auténtica polémica intelectual que desborda el ámbito de lo académico, se reaviva cada vez que se publican las estadísticas educativas y no se zanja nunca con el debate de quienes se empeñan en que la formación es sólo cosa de planes.