El republicanismo toma cuerpo en España en el XIX, en la etapa liberal, y se define, frente a los regímenes oligárquicos moderado isabelino y conservador restauracionista, como una ideología que propugna una forma de Estado que se sustenta sobre unos principios democráticos, la reforma social y un sistema laico. Sus bases sociales de apoyo son sectores de las clases populares y la clase media. Dada la condición oligárquica y autoritaria de esos regímenes que pretendían derribar, el movimiento republicano español alternó la vía política con la insurreccional a lo largo del XIX. De modo que la represión que provocaron esas acciones violentas obligó a sus partidarios a moverse en la clandestinidad, esto es, en el mundo de las sociedades secretas, de las logias masónicas, de los círculos de sociabilidad privados y, consecuentemente, muchos de ellos sufrieron la prisión y el exilio por defender su avanzado ideario.

El estudio de ese republicanismo decimonónico ha sido durante mucho tiempo un tema relegado en la historiografía española, sobre todo en el aspecto de las acciones insurreccionales. Sin embargo, en la última década ha habido un notable avance en su conocimiento -sobre todo en cuanto a su organización y acción política- y, en menor medida, en el aspecto de su actividad insurreccional. En el caso asturiano también ha sido un asunto apenas tratado por la historiografía regional en su doble dimensión política e insurreccional. Sin embargo, ese vacío ha comenzado a ser subsanado estos últimos años, como demuestran los diversos trabajos sobre el republicanismo asturiano decimonónico de Sergio Sánchez Collantes. Este joven y prometedor historiador es, además, autor de una tesis doctoral recientemente leída y aprobada con sobresaliente en la Universidad de Oviedo sobre el movimiento republicano decimonónico en Asturias realizada bajo la dirección del profesor del Área de Historia contemporánea Francisco Erice. Su último libro, «Sediciosos y románticos» (Zahorí Ediciones, 2011) trata sobre los movimientos insurreccionales republicanos decimonónicos en Asturias y de la activa y destacada participación de asturianos en esos movimientos sediciosos en otras partes de España.

Hasta los años cincuenta del siglo XIX no hubo en Asturias un movimiento político organizado republicano. A finales de esa década ya están documentados algunos focos demorrepublicanos organizados y conocemos a sus principales líderes ovetenses, como José González Alegre Álvarez y Manuel Pedregal. Pero ese republicanismo político, cuando definitivamente alcanzó cierta entidad, fue en los años sesenta, en los que ya se puede hablar de una verdadera cultura republicana en Asturias cuyos principales focos se localizaron en Oviedo y Gijón. Así, en 1869, había ya veinte comités republicano-federales y numerosos Círculos Republicanos distribuidos por todo el territorio asturiano.

Esa lenta cristalización del republicanismo en Asturias es lo que explica que hasta finales de los sesenta la región no fuera escenario importante en ninguna de las asonadas que contra el régimen isabelino protagonizaron en otras partes de España los republicanos. Pero sí hubo algunos asturianos de esa ideología que tuvieron un importante papel en las insurrecciones republicanas que se desarrollaron fuera de la región. Personajes que Sánchez Collantes rescata del olvido demostrando cuánto hay de verdad en el aserto de que la historia la escriben los vencedores y en ella los vencidos, o son vilipendiados, u olvidados. Entre ellos es preciso mencionar al ovetense Pedro Méndez Vigo y al tinetense Rafael del Riego, sobrino del héroe del Trienio, que participaron en varias asonadas organizadas desde Francia o Portugal contra el absolutismo fernandino y el régimen isabelino respectivamente. Y asimismo tenemos dentro de Asturias algunos ejemplos individuales de evidente filiación demorrepublicana que protestaron contra la monarquía isabelina como el del zapatero librepensador de Avilés que menciona Armando Palacio Valdés, Mamerto, el cual se dedicaba a cantar por las tabernas el Himno a Garibaldi y daba gritos subversivos como «¡Que muera Pío IX y viva la libertad», o el del médico noreñés Dionisio Cuesta Olay, que regaló a sus amigos unos trajes garibaldinos, gesto simbólico de protesta que le costó la cárcel.

Pero sólo fue a partir de 1868 cuando se desarrollaron en Asturias verdaderos episodios insurreccionales con importante participación republicana como ocurrió en la revolución de 1868 o de exclusiva inspiración republicana como en 1869, 1870 y 1880.

Aunque en Asturias se formaron comités revolucionarios progresistas y republicanos para apoyar la revolución del sesenta y ocho contra Isabel II, parece ser que tales comités se mantuvieron a la expectativa de lo que ocurriese con el movimiento revolucionario en el resto de España y sólo después de la derrota isabelina en el puente de Alcolea se sumaron a la victoriosa revolución. Así y todo, la situación provocó un notoria asonada en Asturias que ha pasado en cierta medida desapercibida para los historiadores asturianos. Se puede decir que Asturias también tuvo su Alcolea, aunque en sentido contrario porque aquí los insurrectos fueron vencidos. Se organizó una columna en Oviedo al mando del ex capitán Fontela con alrededor de 150 ovetenses. Entre sus miembros estaban algunos republicanos conspicuos como Bernardo Coterón y José María Celleruelo y los escritores Manuel González Llana y Evaristo Escalera. Su aspecto no debía de ser muy marcial según la versión de Víctor Polledo («por zapatos de guarnición llevaban botines apretadísimos de charol (?) y por capote y prendas militares vestían chaquetas, americanas, chaqués, algunos levitas sin faltar hasta los sombreros de copa en las cabezas»). La partida levantó una barricada en el puente de Cornellana. Pero sus miembros se dispersaron sin llegar a entrar en combate ante la llegada de las fuerzas monárquicas.

En su «Juan Ruiz», Leopoldo Alas, con 16 años, expresó con ironía su frustración por el mantenimiento de la forma monárquica tras la revolución gloriosa de 1868: «Topete, tú a la dinastía/ supiste darle un cachete/ Y hoy con mucha sangre fría/ esperas la monarquía/ Ya no me gustas, Topete». Era, sin duda, la frustración de la mayoría de los republicanos asturianos. Y tal sentimiento acentuó la inclinación del republicanismo federal por la vía insurreccional hasta tal punto que el movimiento terminó dividiéndose entre «benévolos» e «intransigentes» o «vaites» o templados y «vitis» o rojos. De hecho, el Partido Republicano Federal firmó una serie de pactos interregionales, entre los que estaba el Pacto Galaico-Asturiano, en el que ya se hablaba de combatir «a sus encarnizados enemigos por medios legales primero, y después por todos cuantos las circunstancias hagan precisos».

No tardaron los republicanos asturianos en hacer efectiva la segunda parte de aquel pacto, sumándose al levantamiento llevado a cabo por varias provincias en octubre de 1869 al suspender las Cortes las garantías constitucionales. En los territorios del Pacto Galaico-Asturiano el levantamiento lo iba a dirigir el diputado republicano federal por León Manuel Álvarez Acevedo, el cual fue detenido. A pesar de ello hubo disturbios en Gijón y una partida formada por trabajadores de la Fábrica de Armas de Trubia y mineros con armamento sustraído de la instalación fabril trubieca y encabezada por Bernardo Coterón y Antonio Rodil, se levantó en armas y fue derrotada en Barros, refugiándose parte de sus miembros en Sama, donde fueron definitivamente dispersados.

En 1870, ante la votación en el Parlamento de Amadeo como rey, los republicanos asturianos, a través de sus periódicos, se opusieron a la candidatura amadeísta y se sumaron a la conspiración que preparaba una sublevación en toda España. Asturias era uno de los focos del levantamiento y para prepararla se desplazaron a Oviedo E. Rodríguez Solís, Bernardo Coterón y Felipe Fernández, un contumaz republicano de origen asturiano, llamado «El Carbonerín» por dedicarse a ese oficio en Madrid, donde ya había participado en otras asonadas republicanas y al que menciona Pérez Galdós en sus «Episodios Nacionales». Sin embargo, el asesinato de Prim y otras fortuitas circunstancias abortaron la planeada sublevación.

Finalmente, durante la Restauración, ante la ilegalización de las organizaciones y los periódicos antimonárquicos, los republicanos siguieron practicando (alternándola con subterfugios con la legal) la vía insurreccional a base de levantamientos de pequeñas partidas como la que se formó en el concejo de Lena en 1880. El promotor del alzamiento fue el lenense Valeriano Díaz Vigil, apodado Valeriano Argull, quien levantó una pequeña partida que trató de obtener el apoyo de los trabajadores del ferrocarril y que después de una semana terminó disolviéndose.

El balance de la vía insurreccional republicana fue, pues, el de un completo fracaso, pero -como bien dice Sergio Sánchez Collantes en este necesario libro que cubre un importante vacío en la historiografía asturiana- sirvió, sin duda (junto con la acción política), para fomentar la posterior notable tradición republicana asturiana.