Los tiempos actuales están, de manera paulatina pero implacable, alejando los grandes divos de los teatros de ópera españoles. Es un proceso inexorable de no cambiar las tornas. De momento empezamos a ver cómo algunos teatros tienen que cerrar durante unos meses y esto es sólo el principio de un período que puede resultar letal para la industria lírica del país. Un sector tan en precario, en relación al resto de Europa, que cualquier ajuste más sólo lleva a la ruina y a profesionales al desempleo. En algunos sitiosya no hay más por donde ajustar.

El hasta ahora uno de los teatros españoles más opulentos, el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia, va también entrando en esta nueva realidad, asentado su programación e incluyendo en su oferta propuestas que ya no se articulan con nombres famosos y de astronómicos cachets sino que busca un perfil distinto que, en obras como el mozartiano Don Giovanni que se representa estos días, funciona sin el menor problema. Eso sí, en el foso, Zubin Mehta al frente permitiendo unos umbrales de calidad musical muy elevados, por encima de cualquier otro teatro español como punto de partida.

Pese al buen trabajo realizado, a la versión de Mehta le faltó más pulso mozartiano, si exceptuamos los luminosos marcos inicial y final, el resto de la velada transcurrió por confortables territorios, sin riesgo y también bastante faltos de inspiración. No ayudó la plúmbea producción escénica firmada por Jonathan Miller. Director de escena muy interesante, que plantea dramaturgias clásicas articuladas sobre escenografías abstractas, no funcionó este acercamiento suyo al que le faltó vitalidad y frescura. Un único decorado, a modo de una gran plaza en la que las escenas se encadenaban, sólo en la última se consiguió un tono adecuado a la narración, con chispa, más allá de una corrección tal que acabó por resultar de enorme monotonía.

En el reparto Nicola Ulivieri fue un solvente Don Giovanni en el ámbito vocal, pero falto de mayor entidad escénica al abordar un papel de enormes requerimientos. Llamó la atención Dmitri Korchak como Don Ottavio -un tenor para seguir de cerca- y Anna Samuil cantó una Donna Anna entregada. Funcionó bien la comicidad de David Bizic como Leporello, mientras que Caitlin Hulcup fue una Donna Elvira algo destemplada en el registro agudo. Bien Simon Lim y Rosa Feola como Masetto y Zerlina, respectivamente, e impecable y rocoso como debe ser el Comendador de Alexánder Tsymbalyuk. Independientemente de los méritos de cada uno de ellos, la nota predominante de la función se asentó en un perfecto encaje global. Se agradece esa labor de conjunto en la que se busca un espectáculo bien ensamblado en vez de contar con uno o dos puntos de atracción que tienen a todos los demás pivotando a su servicio. La ópera de calidad transita, sin duda, por una prestación totalizadora, más que por otros derroteros que, a día de hoy, van quedando muy atrás.