Hasta que se nos ha echado encima este apocalipsis laboral podíamos despotricar contra la maldad intrínseca de cierto empresariado, otro fruto exótico de ese 68 que nos prohibía prohibir a todos. Se había llegado a una situación en la que los capataces tayloristas devenían animadores, meros estimuladores de la creatividad natural que anida en el pecho de los currantes. Sobre ciertas grandes empresas se derramaba una turbamulta de terapeutas, consejeros, psicólogos y gestores de blanda felicidad al servicio de la empresa. Con el mayor descaro se hablaba de «recrear dinámicas» para dar «nueva alma» a la empresa, insuflándole «ardor», «luz» e «intensidad».

Primero fue el tiempo de las Iglesias, agotadas en una lucha metafísica muy física. Después entraron en liza las naciones con los cañones por banda. Y ahora llegaría el tiempo de las empresas; ahí el trabajo, como dice la señora Lagarde, alta y francesa, da sentido a la vida, a la suya desde luego. El caso es que el trabajador dormía desde hace años con el móvil de la empresa bajo la almohada, a la altura de la esquina que acogía el antiguo orinal. Fue inevitable, los mercados se habían introducido en nuestras alcobas proletarias.

Michela Marzano analiza el actual (¿) sermón empresarial y lo encuentra seductor pero falso; por ejemplo : el «rendimiento» hasta la «excelencia» es incompatible con el «desarrollo personal», porque sólo podrás ser excelente con la empresa. Además, el compromiso con la empresa violaría la cacareada «flexibilidad», pues un compromiso perruno no puede ser flexible.

Intentaron incluso robar a los neofilósofos la posibilidad de que el neotrabajador fuera un ejemplar «nómada», con identidades múltiples, polivalente y deslocalizado. Benedicto XVI debería abominar muy explícitamente de este neoliberalismo radicalmente relativista, antiidentitario y poliédrico. Dios sabrá ; pero donde esté un socialdemócrata relativista siempre habrá una cruz en la declaración de la renta.

Recordad que ya entonces había millones de parados, ojo, y de ahí el feroz entrenamiento en la «empleabilidad», ya escasa. Marzano da una lista que aterra: el empleable exhibirá resistencia cerrada al estrés, hará gala de un pensamiento positivo en todo momento? es tal el cúmulo de competencias ejemplares exigidas al empleable que ni Supermán atravesaría la tela de araña de los técnicos en recursos humanos.

En fin ¿queréis saber lo que es la empleabilidad? He aquí una definición vaporosa y tautológica (Marzano) : «La esperanza objetiva o la probabilidad más o menos elevada que puede tener una persona que busca un empleo de encontrarlo».

Hasta el 2007 la empleabilidad rozaba a veces la psicología recreativa, aunque «empleable» siempre quiso decir «reemplazable» (Marzano). Hoy, cautivo y desarmado el cognitariado (proletariado a una pantalla pegado), ¿qué querrá decir «empleable» en Grecia, en España??

Cuando la excelencia, argumenta Marzano, es obligatoria nadie es excelente. Por último la autora analiza el control de las emociones , necesario para actuar de manera previsible en la empresa, y lo vincula a la gestión del propio cuerpo, pues el currante que retrasa la flaccidez de la barriga también camina hacia la excelencia. Espléndido, pues, el título íntegro del libro, fusionando capitalismo, gestión empresarial, vida privada y cuerpo sano.

Se siente uno sucio combatiendo supuestas fechorías de supuestos malhechores empresariales, puesto que sólo ellos, por emprendedores, pueden remediar - dicen - el paro. Te lo enfatiza el parado del Quinto mientras enciende un pitillo asesino : «ojalá tenga trabajo, aunque sea en régimen de sodomización».

Estos exabruptos nos revelan quién está ganando esta guerra y quiénes,melancólicos indignados, la están perdiendo. Asusta pensar que este libro pertenece ya (2011) al pasado.