La eternidad de la novela radica en su bastardía. Ningún género, desde el amanecer de la escritura, ha demostrado semejante capacidad de adaptación. La novela es omnívora, cualquier excusa la alimenta; su falta de prejuicios, su capacidad para transformar los viejos temas en savia nueva, es la mejor garantía de su pervivencia.

Uno de los veneros privilegiados de la novela es el mito, que conoce en nuestra cultura tres grandes manifestaciones: la épica homérica, la tragedia clásica y la filosofía platónica. Siglos después de haber sido alumbrados en los albores de la razón occidental, los mitos fundacionales nos interpelan con tozudez ejemplarizante. Porque cambian los tiempos, pero el fondo común de la especie, ese misterio que llamamos naturaleza humana, permanece indemne. El hombre es un animal plástico en sus accidentes, pero rígido en su sustancia.

Nada de lo humano fue ajeno a la guerra de Troya. En el devenir de los griegos ante las murallas sitiadas, la piedad, el honor, la presciencia, la fatalidad, la libertad o el azar encuentran acomodo con una rotundidad no exenta de poesía. Todos, de un modo u otro, hemos sido argivos ante las murallas de Ilión; todos, de un modo u otro, hemos sido troyanos ante la embestida aquea.

De todos los héroes homéricos, ninguno tan trágico como Aquiles. La doliente mortalidad del mayor de los guerreros lo convierte en una figura indeleble en los escenarios de la violencia y la pena. Aquiles es una máquina de matar, un guerrero sin parangón, pero también es un alma arrojada al infierno de la melancolía. En su condición de hijo de una diosa y de un hombre, arrastra la más dolorosa penitencia y el más envenenado regalo. Es solar, único y envidiable, pero su fragilidad resulta por ello aún más inquietante.

David Malouf novela en Rescate el enfrentamiento entre Aquiles, el amigo de Patroclo, el hombre que atormentado por la ira ha llevado hasta el extremo las circunstancias de su cólera, y Príamo, rey de la ciudad sitiada, que en su vejez se acerca al monarca de Ftía ataviado como el más humilde de los súbditos. Aquiles es un padre que añora a su hijo Neoptólemo, al cual hace casi una década que no ve, y que un día vengará terriblemente al Peleida; Príamo es un padre que sólo desea recuperar el cadáver de Héctor para darle unos funerales en paz. Del diálogo entre estas dos formas de la paternidad (y, en puridad, nada tan mitológico bajo el cielo troyano como la relación entre padre e hijo), Malouf extrae una novela diáfana y a la vez terrible sobre nuestra mortalidad. Cientos de generaciones después de que Homero soñara a su elenco de héroes en una ciudad de Asia, un escritor australiano nos recuerda a todos los hombres el esplendor y la condena de engendrar hijos mortales. Audaz, siempre viva, la novela resucita el espíritu del mito y se hace carne leve pero indestructible. Troya, una vez más, sucede aquí, sucede ahora, sucede siempre.