Qué gusto da poder escribir sobre un libro que llenó varias tardes de lectura y que, si hubiese tenido más páginas, habrían sido también bienvenidas. Más de cincuenta crónicas periodísticas (y ocho teóricas), con enjundia la mayoría, muchas espléndidas, un par de ellas magistrales, prescindibles solo dos o tres, sobre los asuntos más variados, sorpresa tras sorpresa, disfrute lector tras disfrute lector. Está naciendo un nuevo «boom», esta vez el de los nuevos cronistas latinoamericanos, como surgiera a mediados de los 60 del XX el «boom» (el «auge», como lo llamaba José María Martínez Cachero en sus clases de la Facultad de Filosofía y Letras ovetense) de la narrativa latino o hispanoamericana, de ese presuntamente novedoso modo de contar. Atenúo la «novedad» de aquel «realismo mágico», que tanto quisimos, por dar algo de razón a quienes desde España dijeron que no era tanta, que ya estaban tales fantasías en nuestras letras de este lado del Atlántico, que solo se trataba de un montaje editorial (Carlos Barral y otros amigos), que bastaba con leer La saga/fuga de JB, de Gonzalo Torrente Ballester, para ver que se le podía dar sopas con honda a tanto «real maravilloso». Sin embargo, qué bueno que pudimos leer a Cortázar, a García Márquez, a Vargas Llosa? Ojalá vengan nuevos «montajes» a animarnos un poco la cara mustia que nos están dejando los posmodernistas y demás gente de pluma insustancial.

Acertó el escritor y periodista mexicano Juan Villoro al ingeniárselas para definir lo que es una «crónica», dejando de paso una imagen de marca para los nuevos cronistas de Latinoamérica. Escribió que si el ensayo era «el centauro de los géneros», en palabras de su compatriota Alfonso Reyes, «la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa», ese animal que, para construirse, toma un poco del pato, otro poco del castor, la cola de la nutria; que es, al decir de muchos, reptil, mamífero y ave. Así, frente a la fría, vaga e incompleta definición de la RAE («Artículo periodístico o información radiofónica o televisiva sobre temas de actualidad») la crónica (o, mejor, la que va a acabar por llamarse la «nueva crónica»), extrae «de la novela la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate?» y así sucesivamente. Toma prestado pero incorpora: he ahí la crónica. Claro está, desde esta parte del océano se dirá con harta razón que crónicas así ya se escribían en España, que solo es preciso un poco de búsqueda en hemerotecas o en la memoria lectora para recordar a grandes cronistas españoles que dejaron (y dejan) magníficas crónicas en la prensa. Servida, pues, queda la polémica, que se trufará con los adverbios «acá» o «aquí», «allá» o «acá», como deícticos distintivos según el punto de vista que se adopte: según que se defienda el vigor latinoamericano frente al anquilosamiento hispano, según que se opte por el ninguneo a esos nuevos cronistas de Indias al aducir que sus novedades están ya pasadas de moda en España. Quienes nos hemos quitado ya de perder el tiempo en banalidades semejantes, estamos de enhorabuena al ver que se suman nuevas voces al español y que se confirman otras desde los diarios y las revistas (pues no todas van a ser Carlos Monsiváis, Juan Villoro, Pedro Lemebel, Martín Caparrós y Cristian Alarcón, como protesta María Moreno en su crónica reivindicativa de Enrique Raab).

De modo que tómese esta antología, sáltense el prólogo y las crónicas teóricas (estas vienen, además, al final; aquel ya se leerá después) y adéntrese el lector en el español de América (que no es uno, por fortuna, como se comproborá enseguida) para que le cuenten un fin de semana con el narco Escobar, cómo son los homosexuales de cierto mercado, cuál el pavor de un terremoto, de qué modo asesinan unos paramilitares ebrios de horror, la manera en que actúa un mago manco? Para leer la historia de un timador de bancos tan ingenioso como mujeriego, las historias de Carlos Gardel, Lucho Gatica, una boxeadora, un ingenioso hacedor de frases, la madre de Hugo Chávez, el republicano español Arias? Para ver quiénes son los Hitler del Uruguay, o esos gemelos que se dan como setas en cierto lugar del Brasil, o los «bolitas» (ay, esa xenofobia universal), o el alcalde más valiente? Para, si lo prefiere el lector, divertirse mucho con una perla (nunca mejor dicho: léalo y sabrá el porqué) como «Las joyas del golpe», o con las eternas dudas sobre la existencia de Borges? Crónicas de allá que leemos ahora aquí, llenos de entusiasmo: qué alegría.