Ahora que Europa y los europeos están de actualidad permanente para economistas, políticos, empresarios, inversores, periodistas, intelectuales, trabajadores y en general toda la gente del común, y son objeto de diarios y sesudos análisis en los medios de comunicación, alternándose en ellos esperanzas y frustraciones en un círculo más vicioso que otra cosa, podría pensarse que Francisco Velasco aprovecha la ocasión para terciar en el asunto con su personal conceptualización plástica. Pero no es el caso, porque el artista de Pelúgano lleva años en la temática, incorporando a los supuestos europeos que parecen correr en esas latas litografiadas, que inevitablemente recuerdan al tópico de aquellas de la «merda» de artista de Piero Manzoni, o bien, compartiendo espacio con su mapa continental, a sus primorosas estampaciones en papeles de lujo, sean Wenzhou o Zerkall, según tengo entendido. La diferencia está en que cuando comenzó con el tema los europeos corrían hacia el punto de encuentro de un común espacio único a partir de la diversidad de geografías, banderas y procedencias culturales, en aquel discurso plástico y ahora quizá no sepan bien hacia dónde se dirigen, como no sea el sálvase quien pueda. De hecho, a la anterior exposición de Europa y los europeos se añade ahora, tras los dos puntos, «Ficción o realidad», porque ciertamente no se sabe dónde acaba una y comienza otra. En cualquier caso, la cuestión no importa demasiado en su condición de contexto justificador de obra tan bella, exquisita y expresiva, desde la muy alta calidad técnica de este gran artista del grabado y magnífico pintor, cuya vuelta a la pintura nos hemos cansado de esperar en vano pero que deja su huella en litografías, calcografías y toda clase de estampas del arte gráfico.

De hecho, es fácil sentirse seducido y atraído, como las mariposas hacia la luz, por la obra reproducida en la tarjeta que anuncia su exposición en la galería Vértice. Esas bandas verticales temblorosamente sugestivas en sus perfiles y cromáticamente deslumbrantes en sus amarillos, verdes, azules, grises, violetas y distintos matices del negro, en cuya franja más ancha aparecen, ya sin correr, algunos de los europeos, como moscas atrapadas en uno de aquellos antiguos papeles de miel. Atraídos sobre todo quienes recordamos su pintura cercana al expresionismo abstracto, antes de su historia de amor litográfico nacida al calor del Frans Masereel de Kasterlee de Amberes, el homenaje a Senefelder, el inventor de la litografía y de sus numerosos premios nacionales e internacionales, en bienales y trienales del grabado, mayormente concedidas precisamente por Europa y los europeos, sea Viena, Lieja, Cracovia, Zurich, etcétera.

Ciertamente estas dos piezas resultan litográfica-pictóricamente fascinantes. Pero lo mismo se puede decir de la disposición secuencial de esa serie de estampas que podríamos llamar «manteles de Europa» por lo que tienen de «pop» y que son juegos de espacio, geometría y color que combinan la imaginería con elementos plásticos más constructivos. Y, por supuesto, de la espectacular instalación con las latas litografiadas, de notable efecto tanto artístico como decorativo y han encontrado en la galería acomodo idóneo para manifestarse y, en general, del resto de la obra gráfica de ese singular y notable artista.