Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de Seine, 1867-París, 1905) fue, según Jorge Luis Borges, uno de los escritores mayores del cambio de siglo. Su grandeza residía en la polifonía de sus personajes y en su vasta cultura. En sus relatos suena, además de la voz del narrador, la del otro, el pirata o el soldado, la cortesana o la prostituta, el agricultor o el pescador y el asesino, el poeta o el filósofo. No se trata simplemente de color local, sino de una reconstrucción de una manera de hablar, de pensar y de ver el mundo.

Las narraciones de Schwob son una especie de torre de Babel: en ellas resuenan los ecos del lenguaje de otros tiempos, las voces de los coquillards de la Edad Media, el dialecto de los pescadores bretones, el argot, la retórica clásica al servicio del diálogo y los registros de los cortesanos de antes de la Revolución Francesa. Schwob se pasó la vida estudiando a François Villon y Rabelais, sobre todo al primero de ellos, y escribió que en tiempos del poeta y vagabundo Villon el lenguaje no estaba prescrito en Francia y el pueblo usaba ropas de distintos colores mientras que en el suyo las palabras igual que los hombres vestían de negro.

Vidas imaginarias (1896), un desfile de personajes al margen de las existencias, reemplaza al clásico panteón de famosos de otros autores: por ahí pululan piratas y asesinos, una esclava anónima y algunos poetas y filósofos mercenarios, cuyas biografías son una acumulación de hechos aparentemente al azar y sin sentido. En El libro de Monelle es una joven prostituta de 25 años y un coro de analfabetos los que piden voz.

Un ejemplo de esa polifonía y policromía impagables de Schwob es La cruzada de los niños, que ahora publica Reino de Cordelia en una edición de Luis Alberto de Cuenca, preciosamente ilustrada por Daragnès. Se trata de una pequeña joya de la literatura de todos los tiempos. A través de ocho monólogos cuenta la terrible suerte de dos columnas de inocentes que, alentados por las encendidas prédicas de monjes goliardos, partieron en el siglo XIII de Flandes, el norte de Alemania y Francia hacia Jerusalén para liberar el Santo Sepulcro. La fe era su única arma y resultó insuficiente para mantenerse con vida y en libertad. Una de las columnas zarparía desde Génova, desapareciendo los barcos en una tempestad. La otra, de Marsella para arribar a Alejandría, donde los niños serán asesinados, vendidos como esclavos o destinados a harenes y burdeles.

La producción literaria de Marcel Schwob se condensa prácticamente en seis años. Entre 1981 y 1986 verán la luz Corazón doble, El rey de la máscara de oro, Mimes, El libro de Monelle, Spicilège, La cruzada de los niños y Vidas imaginarias. La enfermedad que minaba su salud y la obsesión por acabar sus ensayos sobre Villon, apenas le dejarán tiempo para más relatos. Su último libro será Moeurs des Diurnales (1903), un mordaz tratado sobre periodismo bajo seudónimo.

En 1901 contraía matrimonio en Londres con la actriz Marguerite Moreno. Como si quisiera huir de la muerte e imitar a su admirado Robert Louis Stevenson, Schwob emprendería en los postreros años de su vida un viaje a Samoa. Pasó temporadas en San Agnello de Sorrento y Oporto, pero la Parca le perseguiría hasta ponerle la mano encima del hombro el 26 de febrero de 1905. Tenía sólo 37 años y aún guardaba en su memoria las imágenes de aquella putilla, Monelle, cuya muerte prematura le hizo llorar amargamente.

Si no han leído a Schwob, no dejen de hacerlo ahora. Sus vidas «imaginarias y ejemplares» eran tan perfectas para Colette, que escribió que le producían «dolor de pelo y agujetas en las pantorrillas».