Desde su primer libro, de 1985, Jon Juaristi, tan cambiante por otra parte en sus adscripciones ideológicas, se ha mantenido fiel a una manera de concebir la poesía que enlaza con la de los poetas de su generación, pero que a la vez resulta inconfundiblemente personal.

Aquel primer libro, ya desde el título, Diario de un poeta recién cansado, jugaba a la parodia, al humor, al chiste más o menos fácil. La nueva versión de la lorquiana casada infiel decía así: «Yo me la llevé a la playa / la noche de Aberri Eguna, / pero tenía marido / y era de Herri Batasuna». Muy citada resulta también otra nimiedad: «Con Barthes / ni te cases / ni te embarques».

En Renta antigua, después de tantos años, se sigue manteniendo fiel al gusto por la parodia más o menos ocurrente. El final de «Restaurante chino» repite los versos de una canción de Alberto Cortez, sin otro cambio que la desaparición de una «m»: «Cuando tú te hayas ido / me envolverán las sobras». La enumeración caótica de «Ligero de equipaje» termina jugando con los versos últimos, tan citados, del «Retrato» machadiano: «Y así que parta el ave que nunca ha de tornar / me encontraréis a bordo después de facturar».

¿Un poeta menor, ocurrente, ingenioso, a la manera de cierto Ángel González? Ciertamente eso es Jon Juaristi, pero no sólo eso. Y también un poeta que gusta de la rima fácil, del ripio. El pareado con el que comienza «Dos de Mayo», uno de los poemas más extensos del libro, no habría desdeñado firmarlo Campoamor: «Me llevó un fervoroso sentimiento / al pie del venerable monumento».

Jon Juaristi es un poeta paradójico. Todos sus libros, muy breves, en torno a los veinte poemas, podrían llevar el título del segundo de ellos: Suma de varia intención. El poeta amante del ripio y del decir conversacional no duda en cambiar de registro y mostrarse como un virtuoso de la versificación, un prodigioso artífice de la nueva y la vieja retórica. El soneto no tiene secretos en sus manos -como no las tenía en las de su maestro Blas de Otero- y sabe darle la vuelta, parodiarlo, hacerle sonar como no había sonado hasta ahora.

Todos los tonos, todas las intenciones caben en la poesía de Jon Juaristi. «And old master» constituye un homenaje a uno de sus maestros, «al doctor Mainer», y una reflexión en dodecasílabos sobre la Literatura y la Historia, a la manera de Auden, otro de sus maestros.

Juaristi, el ingenioso Juaristi, gusta de pensar en verso. Sus poemas son canto y cuento y también metafísica que no se atreve, o sí, a decir su nombre. El extenso «Canto de frontera», que cierra el libro, toma su título de Abel Martín: «Brinda, poeta, un canto de frontera / a la muerte, al silencio y al olvido». Es quizás el más ambicioso de sus textos. Un poema filosófico, a la manera de los que Antonio Machado atribuía a sus complementarios, escrito con sorna, con mucha sorna, pero sin que se quede en mero juego con las grandes palabras, las esperanzas escatológicas y los conceptos trascendentales. Las coplas de pie quebrado remiten a Jorge Manrique: «Entrarás en el Olvido / sin Rencor & sin Tristeza, / pues no en vano / habrás antes conocido / la firme Naturaleza / de lo Humano». Las caprichosas mayúsculas le dan un tono intemporal, acentúan su artificiosidad. A la memoria nos vienen los versos en que Antonio Machado se refería a la filosofía neoplatónica de su tiempo: «Dicen que el ave divina / trocada en pobre gallina / por obra de las tijeras / de aquel sabio esquilador / (fue Kant un esquilador / de las aves altaneras, / toda su filosofía / un sport de cetrería), / dicen que quiere saltar / las bardas del corralón / y volar / otra vez hacia Platón. / Hurra, sea, / feliz será quien lo vea».

Un tono semejante emplea Juaristi (añadiéndole sus desautomatizadoras mayúsculas): «Pero mejor un Chantaje / a la Manera Kantiana / que le amargue la Mañana / al Cobrador del Peaje: / "Obra de Modo que sea / tu Aniquilación Probable / un Proceder Reprobable / & una injusticia muy Fea, / ea". / Si este Kant no era Judío / -es decir del Pueblo Mío-, / que venga Dios & lo vea, / y como Kant prescribía / donde no alcanza la Fe, / ponga la Filosofía / su Granito de Café».

El Dios de Juaristi, como el de Machado, es «el ser que hizo la nada», el Dios de cierta mística judía. Juaristi, un converso al judaísmo, se ha referido -en estudios que algo deben a la fantasiosa elucubración- a los ecos que de la teología hebrea hay en Antonio Machado, cuyos antepasados eran al parecer cristianos nuevos.

Como buen converso, Juaristi a veces se excede. «Se escribió el Cohelet para estas ocasiones», dice el verso final de un poema, aludiendo al libro de la Biblia que en español se conoce tradicionalmente como Eclesiastés.

Muy distinto es el otro poema extenso incluido en Renta antigua. «Dos de Mayo» parodia las odas heroicas del XIX, los versos de la tradición liberal y nacionalista que pudiera encarnar Quintana. El gusto por la humorística digresión le viene del Espronceda de El diablo mundo (quien a su vez la aprendió en Byron, lo mismo que el ya mencionado Auden), pero el modelo inmediato parece proceder de un poeta menor, Antonio Casero, mencionado en el texto. Se lee con gusto esta puesta en solfa de ciertos mitos patrioteros, aunque la intención final no resulte clara y todo quede en un divertimento.

En los otros poemas de Renta antigua alternan ironía y lirismo, bromas y veras, ejercicios de estilo y algún que otro desahogo. De los ejercicios, quizá el menos logrado es «Coral de los talmudistas de Oswicim», un forzadísimo calambur en el que un mismo verso («Nos esperaba el camión en la plaza del pueblo») se repite catorce veces cambiando el sentido sin cambiar los sonidos.

No faltan las referencias a Euskadi («A un gudari de 1968» se refiere a los orígenes de ETA, en los que participó, de manera muy ajena al simplismo habitual), ni los brindis amicales ni los poemas familiares. A su hijo Iñigo («el ancla poderosa / que me mantiene fijo en esta orilla» decía en un poema de su libro anterior, Viento sobre las lóbregas colinas) le dedica «Amor y pedagogía», y un olvidado ministro de la Segunda República, Tomás Bilbao, protagoniza otro de los poemas.

Sentimental e intelectual, desmañado y preciosista, coloquial y rebuscado, Jon Juaristi parece un poeta incapaz de ser sublime sin interrupción. Sus lectores nunca se lo agradeceremos bastante.