Después de asistir a la híbrida propuesta dancística de los Ballets C de la B en el teatro Real de Madrid de nuevo me llamó la atención lo barato y rentable que resulta el escándalo aún en nuestros días. La capacidad de provocación que todavía atesora un pezón femenino o una nalga al aire -ahí es indiferente que sea de hombre o mujer- y cómo todo ello contextualizado en un modo más o menos agresivo solivianta a un sector del público alterado con un frenesí tal que se traduce generalmente en insultos -algunos de cierta procacidad- contra los autores del espectáculo. Vamos que «épater le bourgeois» es de una sencillez pasmosa, casi diría primaria.

En el caso que nos ocupa sorprenden las reacciones airadas de una parte del público. Me explico. Se trata de un ballet fuera del abono de la temporada. Es decir, no es obligatorio para nadie acudir. Cualquiera puede apreciar en internet -o en sus habituales actuaciones en nuestro país- el planteamiento estético de Alain Platel y los Ballets C de la B. No hay por tanto posibilidad de engaño. Esta propuesta de «C(h)oeurs» es cien por ciento típica de la compañía belga y sigue la línea trazada por la misma desde los años ochenta. Por lo tanto no puedo estar más de acuerdo con un espectador que espetó a un reventador asistente «si no le interesa, váyase y deje a los demás tranquilos». Quiero decir que el malestar no provenía de la deficiente calidad del espectáculo sino de otros planteamientos ideológicos bastante fuera de lugar, por cierto. A lo largo de los años he tenido que soportar espantosos bodrios líricos o balletísticos de ínfimo nivel de calidad con tantas toneladas de caspa que ni un camión de recogida de basura hubiese soportado la evacuación de semejante volumen de sebosidad. Nunca se me ocurrió insultar a nadie por ello. Creo que en la vida unos mínimos de educación deben regir el comportamiento social. Una cosa es manifestar la protesta al fin del espectáculo y otra muy diferente reventarlo con gritos y encima agredir a los que sí les interesa. Es tremendo. Y el insulto y la amenaza revelan modos fascistas que no hay por qué tolerar en una sociedad civilizada.

¿Es entonces «C(h)oeurs» una gran propuesta artística? No, no lo es. Es un proyecto muy interesante que se ha quedado a medias, y que acaba resultando fallido por su inconcreción. El primer tramo es, sin duda, deslumbrante, con una fuerza arrebatadora y una intensidad total, tanto en la música como en el trazo coreográfico de Alain Platel. El punto de partida impacta pero este fogonazo inicial se va apagando de manera continua y al final es la reiteración la que se adueña del escenario. El problema básico es que estamos ante una idea a la que le sobra media hora del cómputo global que nada añade a las intenciones del autor. Tampoco ayudan las peroratas que se escuchan entre coro y coro y que literariamente son endebles, salvo las que están tomadas de Marguerite Duras, que tienen más fuerza. El coro del Real -magnífico, vocal y escénicamente- es protagonista absoluto junto a los bailarines, y la música de Verdi y Wagner brilla con adecuación precisa. El maestro Marc Piollet dirige la orquesta con energía y ese entusiasmo se deja ver en todos los intérpretes. De hecho, los bailarines de C de la B son portentosos en su trabajo, encarnan cada tipología con rigor admirable.

La desestructuración coreográfica, que es santo y seña de los trabajos de Platel, aquí se plasma radicalmente con ideas de factura impecable, resueltas con trazos de genialidad en alguna de ellas. Es una lástima que el esfuerzo se acabe desdibujando por ese segundo tramo de enjundia dramática menor. Estoy seguro de que una revisión del mismo, un replanteamiento a fondo de la dramaturgia llevaría a conseguir un espectáculo imponente, de fuerte impacto visual y estético. Supongo al señor Mortier encantado con la polvareda que todo esto ha levantado, la indignación tan impostada de algunas críticas que, sinceramente, producen cierta hilaridad. No estaría mal que algunos acudiesen con más frecuencia al ballet en general -danza contemporánea y también clásica, por supuesto- a la hora de juzgar una propuesta de estas características que, lógicamente, se rige por otras pautas y tiene códigos diferenciados de otro tipo de espectáculos. Está claro que en el teatro Real apartarse de las filias y fobias de los grupos de presión madrileños es un ejercicio de alto riesgo. Este teatro no ha tenido en su reciente andadura ni un año de sosiego, libre de intrigas y maledicencias, por parte de cada bando según el grado de poder que arañase en cada momento. Es impresentable esta continua polarización mediática que sólo contribuye a deteriorar la imagen del teatro. Desde provincias, suspenso general ante la incapacidad de convertir el Real en un proyecto común. El tiempo se encargará de desvelar las ruindades y miserias que ya no son a cubrir las gruesas alfombras del coliseo de la plaza de Oriente.