La capacidad de Plácido Domingo para romper todos los récords no conoce fronteras. El pasado marzo dio, en este sentido, un salto adelante, con un nuevo debut, como barítono, en el rol de Athanaël de la ópera Thaïs, dentro de la temporada del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia. El resultado final fue espectacular, con el público puesto en pie nada más salir el cantante a saludar al final de la ópera, y ovacionándolo durante más de diez minutos. Es curioso comprobar cómo, alrededor de Domingo, se genera una enorme expectación ante esa continua carrera suya por debutar en nuevos papeles, en una longevidad artística que impresiona.

Domingo canta con una voracidad y unas ganas absolutas, como si cada vez que saliese al escenario fuese la primera y tuviera que demostrar su calidad cada noche ante el tribunal más severo. Dicho en otras palabras, respeta al público como a sí mismo y eso se percibe en interpretaciones entregadas, cuidadas en todos los detalles, en una actividad ingente que va desde la encarnación de numerosos papeles de tenor y barítono, en ópera y zarzuela, a la dirección artística de teatros, la musical desde el foso, su concurso de canto y muchas otras batallas, manteniendo abiertos varios frentes a la vez con enorme capacidad de trabajo. Da la impresión de que Domingo se somete de manera continua a retos cada vez más dificultosos, pero no de cara a los demás, sino para probarse, en nuevos pasos para certificar hasta dónde puede llegar en una carrera de relevos en la que él toma el testigo de sí mismo.

En este jalón valenciano, con la ópera Thaïs de Jules Massenet como argumento, Domingo se zambulló en el rol de Athanaël, interpretándolo con una convicción y entrega arrolladoras. Lógicamente, no tiene su voz el color baritonal preciso, pero acaba haciéndose con el personaje nada más salir a escena, mostrando una capacidad absoluta para interpretarlo en una actuación impecable rematada por su vocalidad rica y una expresividad tímbrica especialmente resistente al paso del tiempo. Deja sin palabras esa hondura interpretativa tan veraz y tan difícil de encontrar en otras generaciones de cantantes.

Pero la Thaïs de Valencia no se quedó sólo en la mayúscula interpretación de Domingo. Hay que destacar la Thaïs de Malin Byström, perfectamente ajustada a los requerimientos vocales del rol, aunque un pelín desenfocada en la delicadeza que se espera de este papel. Bien el Nicias del tenor Paolo Fanale y adecuados el resto de intérpretes, destacando, por su impecable prestación, la ovetense María José Suárez como Albine. La producción tuvo musicalmente al frente a Patrick Fournillier, que sacó provecho de la magnífica Orquesta de la Comunidad Valenciana. Es una referencia en el conocimiento del catálogo de Massenet, y esto se dejó ver con creces en una dirección equilibrada y en la que el refinamiento exótico de la partitura fluyó con sutileza y esplendor.

La puesta en escena, firmada por Nicola Raab, en una producción procedente de la Ópera de Gotemburgo, se recreó con delectación en los aspectos más kitsch del libreto, consiguiendo una lectura dramatúrgica muy correcta a la que, a veces, le faltó un poco más de energía. Eso sí, el oropel y la sensualidad que impregnan la obra fueron expuestos con delicadeza en un discurso coherente que contribuyó con fuerza al gran éxito de la velada.