Ciria es un pintor acuciado por la ansiedad, y quizá sea ésa la circunstancia determinante de una hiperactividad que empieza a ser casi legendaria en el mundo del arte, propia de una personalidad en algunos aspectos inabarcable, artísticamente pantagruélica, a la que obsesiona el reto de ensanchar los límites de su pintura -formal y conceptualmente- y en cierto modo reformular las tradiciones de la abstracción, una interpretación muy personal de la llamada abstracción redefinida, que supongo es en definitiva lo que subyace tras su proclamado sistema de pensamiento y trabajo, A. D. A., es decir, Abstracción Deconstructiva Automática. Investigador infatigable y enorme trabajador, su actividad le lleva a generar gran número de nuevos proyectos plásticos en los que en ocasiones trabaja simultáneamente y en otras interrumpe para posteriormente reelaborarlos enriquecidos en nuevas series de obras. Además, siente la necesidad de documentar todo ese proceso de creación y trabajo, lo que también hace a lo grande, publicando numerosos y voluminosos catálogos con el testimonio de escritores y críticos de arte, además del suyo propio como culto ensayista que también se prodiga en conferencias o conversaciones en lo que es una permanente indagación sobre la propia obra. Y sin embargo, aunque haya declarado a este periódico ser un teórico antes que un pintor, investigador antes que artista, eso sólo sería cierto en el caso de que ese «antes» fuera adverbio de tiempo y no conjunción que denote preferencia. Es sobre todo pintor, que vive para su obra.

Dicho lo anterior, se explica que esta exposición sea considerada una «macroexposición», quizá para estar a su medida, y ocupe por primera vez la totalidad de la instalación de la galería. Una muestra que reúne obra de José Manuel Ciria a partir de 2005, cuando vuelve de Madrid a Nueva York e inicia una nueva etapa, que es de renuncia a la abstracción gestual y paralelamente se caracteriza en buena medida por la incorporación de la línea como estructuradora de la composición, del dibujo que, según las series, puede ser de traza geométrica en figuras abstractas o de configuración moduladora del espacio, sujetando la acción del color, la mancha, los goteos y otros incidentes plásticos sobre cromatismos planos, o puede ser dibujo expresivo, elemento de representación figurativa, otra de las características de la nueva etapa, concretada en esta exposición en los inquietantes «retratos» de profundo sentido existencialista de la serie «Cabezas de Rorschach III», otro ejemplo de sus series retomadas con diferente planteamiento conceptual y plástico.

Las Cabezas Rorschach vienen a continuación de la Serie Post-suprematista que Ciria realizó como homenaje al Malevich figurativo del final de su obra, influenciado el artista ruso por la metafísica de De Chirico, los campesinos anónimos, hieráticos, como maniquíes, que adquirieron en el trabajo de Ciria una calidad particularmente seductora y no sé si fueron el paso previo como forma a esta serie de ahora. El caso es que en aquellas cabezas como de madera, sin rostro, de inspiración suprematista, se fueron dibujando los rasgos de dolorida y eterna humanidad, el desgarro expresionista, sentimientos desencadenados, según el artista, por la muerte de su padre a causa de un tumor cerebral y la contemplación de las estatuas de la isla de Pascua. Dibujos crudamente descarnados en blanco y negro y con gran variedad de sugerencias y sugestiones en los enriquecidos por el color.

En «Máscaras de la mirada» y «Memoria abstracta» se establecen relaciones entre la abstracción geométrica y la expresionista, el orden y el gesto, por decirlo con palabras usadas con frecuencia en relación con la obra de Ciria y que por otra parte están presentes en la base de mucha de la mejor pintura contemporánea, basta recordar aquellas palabras de Braque sobre la mutua corrección entre la emoción y la regla. Relaciones entre el plano, el color, la línea y la mancha; composiciones en las que, bien sobre una estructura modular de organización simétrica como diseño de superficie, con alternancia de diferentes colores en el orden reticular, o bien sobre el diseño de figuras geométricas elementales, se produce por decirlo así una explosión controlada del gesto, la energía apasionada de la forma desbordada y la exuberancia cromática, los emblemáticos rojo, negro y blanco, sobre el atemperado fondo geométrico.

Hay mucho que ver en esta importante exposición de Ciria, intensa y hermosa.