Inundados casi a diario por centenares, miles, de páginas, palabras, la mayor parte de las ocasiones sin mucho sentido, en una especie de afán infinito, tanto editorial como del propio autor, por moldear ese extraño objeto que denominamos libro, resulta grato encontrarse ante una discreta, mínima y muy personal historia como ésta. Historia personal pero universal, el recuerdo de un amor vivido y una amistad perdida, la juventud, las calles de una ciudad que un hombre vuelve a recorrer sintiendo por un instante aquellos días como presente y no como pasado ya enterrado bajo sus pies («Tuve la ilusión de ser joven de nuevo cuando desperté esta mañana y oí que sonaba el Carillón, como lo habrá hecho, con toda seguridad, desde que lo escuchara por última vez, hace veinte otoños. Sí, durante un instante me sentí joven. Sólo durante un instante. Cuando salí a la calle recobré la conciencia de mis viejos tormentos, la ilusión se desvaneció»)

Dowson describe con una delicadeza extraordinaria todo cuanto sus ojos contemplan ahora, no sólo el paisaje exterior, también interior, el que le devuelve a otros días, sentimientos, pasiones, vivencias, cierta nostalgia evidente. Y esa sutilidad que encontramos en estas páginas consigue enamorarnos al lograr limpiar de algún modo todo ese bagaje innecesario -o peso- acumulado con el paso del tiempo, desengaños, falta de esperanza, e incredulidad que todo hombre y toda mujer acumula en su mirada. Dowson nos demuestra la posibilidad de narrar una historia universal y llena de matices, lectura cómplice, y también cierto lirismo, con la precisión, exactitud y utilización de recursos mínimos, como si de una fórmula matemática se tratase, o de un poema.

Casi como Poética podríamos describir esta historia, como bien se advierte en el prólogo: «Dowson declaró en más de una ocasión que los dos textos que ahora reunimos en este volumen "representaban" su visión integral del amor y de la vida. Sylvia Plath y Elizabeth Smart se hicieron eco de esta afirmación, e incluso recrearon algunos pasajes de estas obras en piezas que eran tanto un homenaje a Dowson como una afirmación de sus propias personalidades». Dos textos, prosa y poema, que forman un todo compacto indisoluble, con un eje central bien definido: una reflexión sobre el amor y todo lo que conlleva. El autor demuestra una sensibilidad extraordinaria, también ironía al comenzar este relato con un título tan poco afín como Diario de un hombre de éxito; título que no se corresponde en este caso ni con vida ni obra desgraciadamente. «El destino no tiene escrúpulos. Eso decían los poetas clásicos», nadie podría negar tal afirmación pero sí añadir que siempre podremos salvar del fuego los recuerdos engendrados y lo vivido hoy a través de ellos.