Fernando Vallejo es un escritor, cineasta y no mal músico (parece ser), nacido en Colombia en 1942, afincado en México, y una perla para entrevistadores por su virulento afán de provocación contra la Iglesia católica, contra la doble moral, contra tantas cosas que le hacen bramar de soberano enfado, y por su defensa cerrada, por ejemplo, de los animales o por su abierta militancia homosexual (si así se puede hablar). En España se le conoce, creo que sobre todo, por La virgen de los sicarios y, quizá menos, por El desbarrancadero, pero mucho alboroto forma, ya digo, cuando concede alguna interviú y sus fieles se regocijan con su desprecio a lo convencional, mientras que sus detractores lo fustigan muy a su sabor. Acaba de dedicar El cuervo blanco al estudio de la figura de su compatriota Rufino José Cuervo (1844), autor de un monumental (o pretendidamente monumental, por inacabado) Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, canela fina para estudiosos del idioma español. El libro bucea en la vida de Cuervo sin que Fernando Vallejo pierda ocasión de alzar su voz contra aquello que impedía la labor de su biografiado o contra aquello que a él le enfada ahora mismo. Es, pues, un libro para quien no desee un seguimiento objetivo, formal y académico del estudiado: un libro, por lo tanto, que irritará a los científicos (si así se puede hablar) de la literatura? y a los amantes de Leopoldo Alas y de la llingua asturiana mayormente. Veamos el porqué.

Cuervo estaba lleno de ilusión con su trabajo; había enviado adelantos del mismo a posibles críticos y no veía el momento de que se reconociese su labor. Cuenta Vallejo: «No bien salió el primer tomo del Diccionario de la imprenta y que se entrega don Rufino en cuerpo y alma, como ya había hecho con el Prospecto, a mandarlo gratis y en encuadernación de lujo a diestra y siniestra (?) ¿Y todo para qué? De este montón de indolentes solo escribió un artículo el romanista suizo Adolf Tobler. Los demás, si acaso, una corta carta de agradecimiento por el envío y la paciencia benedictina». Y se centra en la reacción del escritor asturiano: «¿Saben qué le contestó desde España Leopoldo Alas «Clarín» cuando le mandó don Rufino el Prospecto? Que se iba a ocupar de hacerle «propaganda» a su «meritoria empresa», aunque «dificultaba» su «buen propósito» su «constante empeño de dejar para otros la crítica de libros puramente didácticos, concretándome yo siempre a la de arte bella, a los meramente literarios en rigor». Que cuando hubiera «leído despacio la actual entrega» le daría su «franca y leal opinión». Tal y como es su estilo, Vallejo comenta en seguida: «¡Ay, qué miedo! ¿Y si no la había leído por qué la llamaba "meritoria empresa"?». Y, al punto, abre la caja de los truenos contra Clarín y su novela principal y contra la lengua asturiana: «Este Clarín, asturiano (de los que hablan bable como las ovejas), se consideraba el arbiter elegantiae de la "arte bella". Escribió un cuento de título feo, "Adiós cordera", y una novela fea, La Regenta (a la francesa, a lo Flaubert, toda galicada), que gozó en su tiempo de indebida fama y que termina con el beso de un seminarista feo a una mujer desmayada: "el beso de un sapo", dice él. ¡Cabrón! ¡Comparando a un batracio hermoso con el bípedo humano!». No obstante, le reconoce su sinceridad al manifestar su presunto odio: «¿Pero saben qué le comentó don Rufino, años después, a mi paisano de Antioquia Enrique Wenceslao Fernández, sobre ese gachupín alzado? "Tal vez no sabía U. que Alas nos detesta a los americanos en globo e individualmente; no sé si sea envidia o caridad, pero para mí tiene la ventaja de la franqueza. Otros españoles tienen los mismos sentimientos que él, pero los disimulan y nos lisonjean para que les compremos sus libros y sus aceitunas"». Éste es el tono de El cuervo blanco. ¿Levantará polémica entre los clarinianos, asturianistas y españoles, para así hacer honor a las provocaciones de Fernando Vallejo, o quedará en nada? A esperar.