Supongo que nunca imaginó Harold Rosemberg - el histórico crítico norteamericano que inspiró y definió el concepto de la «action painting» y promocionó a los pintores de la tendencia- cuántos seguidores tendría cuando en La tradición de lo nuevo consideraba el cuadro un escenario en el que actuar, en vez de un espacio en el que representar o expresar un objeto real o inventado. Lo hubiera imaginado o no, lo cierto es que Ernesto Junco (Oviedo, 1976) ha llevado bien lejos esa manera de concebir la obra pictórica como actuación, incluso para los tiempos actuales, cuando las hibridaciones de técnicas y tendencias y las codificaciones personales están tan generalizadas y los artistas no tienen más norma de actuación que su autonomía y capacidad de decisión, cuando el intento de «reinventar lo amorfo», en palabras de Donard Kuspit, desestabilizar lo estabilizado y articular nuevas realidades son cosas que a menudo se ponen encima de la mesa de la creación artística.

Ernesto Junco, en un proyecto muy personal, y si se me permite excéntrico por circular por vías distintas de las más frecuentes, presenta una serie de obras que figuran entre las seleccionadas en la Muestra de Artes Plásticas del Principado de Asturias del 2011 y que tiene la peculiaridad de ofrecer al espectador una realidad visual directa y luego, en complicidad con las nuevas tecnologías, otra realidad oculta que ha de ser descodificada mediante el uso del adecuado teléfono móvil.

La observación directa, independientemente de que la estructura compositiva y la aparición de los tres cuadrados en otros tantos ángulos del cuadro, alertan ya de la más compleja naturaleza de la obra, nos permite apreciar un planteamiento pictórico, interesante en sí mismo, en el que conviven dos diferentes poéticas o tendencias plásticas. Sobre un trabajado campo de color, una abstracción lírica evocadora de la naturaleza, entroncada con pinturas anteriores del artista, se extiende un entramado geométrico integrado por diferentes piezas sueltas pictóricamente planas y rectangulares en distinta configuración. Superpuesto al fondo, es un laberinto de condición neo-geométrica y minimalista en su sentido y en la repetición modular. Pintura como digo atractiva como tal, me recordó curiosamente una época de la obra de Luis Acosta, la de las «arquitecturas de ausencia», en la que estas piezas rectangulares llegaron luego a tomar volumen de esculturas y que provocaron una sugestiva expresión por parte de Óscar Alonso Molina: «palimpsesto troquelado».

Sólo que este palimpsesto es más complejo y misterioso y la obra no sólo contiene la conciliación de dos poéticas sino también de dos sistemas o dos órdenes de creación plástica. Y así, por la mediación descodificadora de un determinado tipo de teléfono móvil que no todo el mundo tiene, la magia de la técnica hace visible la huella, oculta pero no borrada, de la grabación videográfica inscrita en el cuadro, como en la reproducción de los pajaritos que aparecen en la ilustración de este texto. Es decir, un repertorio de figuración animada para cuya relación cito el texto del catálogo de Luis Feás, que comisaría también la exposición: «?animales salvajes, otros domesticados, pájaros gallinas y gallos que, picoteando, dejan ver los rostros de los poetas de la locura y el desamparo, recordándonos que el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona?» si bien de esta última rareza no estoy nada seguro. Una exposición que necesita repartir gafas, o teléfonos, como en las películas en tres dimensiones. En todo caso, una original y sugestiva exposición, tanto como esa artística mancha o borrón que se extiende sobre la «o» de Borrón en el logotipo de la sala.