«A las jóvenes albanesas que nacieron, se criaron y se hicieron mujeres en la deportación», dedica el autor esta novela. Y una de esas muchachas, hija de deportados, es Linda B., el personaje aquí creado sobre esa realidad histórica. Pues, una vez más, Ismaíl Kadaré vuelve la vista sobre una larga etapa albanesa que él mismo conoció bien: los años de la dictadura de Enver Hoxha, un régimen estalinista que, entre otras formas de represión y violencia, desterraba en perdidas aldeas del interior a quienes disentían o caían en desgracia. Así que los protagonistas de este relato viven acosados por los perversos mecanismos de un Estado que impone el miedo y la sospecha (controles, delaciones, expedientes) y donde los desterrados sobreviven como almas en pena.

En este Réquiem llegamos hasta la escondida morada de Linda B. a través de otro personaje de la fábula, un escritor de Tirana, un autor dramático que también se siente vigilado por el poder. Entre este escritor de la capital y la joven confinada se establecerá una extraña relación amorosa que toma expresamente sus claves del mito de Orfeo y Eurídice, esto es, del héroe (músico, escritor) que desciende hasta el Hades para rescatar a su amada. En efecto, podemos entender a ese dramaturgo de Tirana como un moderno Orfeo y es evidente que Linda B. no conoce otra realidad que el submundo albanés, ese infierno. La novela cruza, pues, estos dos planos, el histórico y el mitológico; la oscura realidad albanesa toma su savia de la cultura clásica. Por lo demás, y tratándose del autor de Gjirokaster, el procedimiento no causa sorpresa alguna, pues buena parte de su obra está construida sobre la recreación de mitos griegos y leyendas nacionales.

Ahora bien, el imposible amor entre la apresada Linda B. y un acosado, desconcertado dramaturgo no queda limitado a pautas ya conocidas. En primer lugar, el mito de Orfeo concede aquí la posibilidad de reflexionar sobre la situación del intelectual (y su doble) bajo una dictadura. Por otra parte, esas coordenadas legendarias se recrean ahora con sabiduría narrativa: y así la joven nunca llega a encontrarse con el escritor, al que sólo conoce por las referencias de una amiga, Migena, a quien, en principio, ama el artista de Tirana. En efecto, el enredo constituye un más que misterioso triángulo de afectos; y ya el nombre mismo de esta segunda joven esconde un inquietante anagrama: Enigma. Con todo, el poder del Estado penetra hasta los últimos pliegues de la vida íntima, la policía política no deja de husmear entre el trío, el propio Guía se interesa por estos amores.

Hundida en su apartada localidad, Linda B. se desahoga en su diario íntimo, sueña con los cafés de la capital, con las caricias de un reconocido escritor, imagina incluso la posibilidad de un cáncer: si se le detectara un tumor -piensa- la llevarían al hospital de Tirana, podría, al menos, conocer la luz, respirar. Pero no es una enfermedad lo que termina con su vida; son otras fuerzas malignas, e inherentes al sistema impuesto, las que empujan a Linda B. a lo fatal. Y es entonces -hora del tránsito- cuando lo fantástico se apodera decididamente de los hechos, cuando se rompe la frontera entre el mundo de los vivos y el de los difuntos.

Tal deriva hacia lo fantástico y onírico acrecienta, sin duda, el cauce estético de la novela, sin quitar hierro, sin embargo, a lo real; al contrario, constituye un modo de afirmar la vida, el poder de una energía erótica enfrentada a esa otra Muerte, la muerte política. De hecho, la historia de Linda B. no sólo es un homenaje general a las jóvenes albanesas que conocieron las penas del cautiverio; el germen narrativo de este Réquiem parece haber brotado asimismo del recuerdo concreto de alguna de aquellas niñas que nacieron en el destierro, que se hicieron mujeres a pesar de esa triste soledad. Este fue el caso de Drita Çomo (hija de la desterrada, y en otro tiempo dirigente del Partido, Liri Belishova), que murió con poco más de veinte años -sola, sin siquiera el calor de su madre (L. B.)- en el hospital oncológico de Tirana (1981) y que ha dejado un diario de los días de su enfermedad, en cuya versión francesa (Cette lueur qui monte de l'abîme, 2004) puede leerse un prólogo de I. Kadaré en el que evoca así el trágico destino de la muchacha: «Para ella, la inminencia de su muerte no constituye un obstáculo para el amor, al contrario. Sin embargo, una barrera infranqueable se alza ante ella: su estatuto político».