En uno de los últimos cursos que imparte en vida, en enero de 1983, en la sede del Collège de France, Foucault propone un diálogo con la célebre inquisición kantiana a propósito de qué es la Ilustración. Su tesis es que la respuesta de Kant a dicho problema significa el esbozo de lo que podría denominarse la actitud de la modernidad. Foucault reenvía la pregunta por este asunto a su más conspicuo representante, Baudelaire, y entiende que para el gran poeta ser moderno no es tanto reconocer el sentimiento de novedad y vértigo ante lo que sucede, cuanto adoptar una determinada actitud con respecto a dicho movimiento. La modernidad, según Foucault, consistirá, entonces, en «la actitud que permite captar lo que hay de heroico en el momento presente», según la célebre lítote que Baudelaire lanza a sus contemporáneos: «No tenéis derecho a despreciar el presente».

En 1927, sesenta años después de la muerte de Baudelaire y más de medio siglo antes del curso impartido por Foucault, Walter Benjamin comienza la redacción, aplazada sin remedio tras su suicidio en Port Bou, del más mítico work in progress que la historia del pensamiento nos ha regalado durante el pasado siglo: su Libro de los pasajes, un texto que, siguiendo la imagen del «trapero», tan querida para el escritor alemán, pretende recoger todo tipo de citas, aforismos, documentos y comentarios al objeto de urdir la crítica más completa jamás redactada de la modernidad, mediante el expediente de dibujar las coordenadas necesarias para fijar la completa filosofía material acerca de las circunstancias mentales, emocionales y físicas del siglo diecinueve.

Nunca sabremos qué aspecto final habría adoptado esta obra, pero lo que de ella se conserva es suficientemente representativo para considerarla uno de los textos capitales del pensamiento previo a los totalitarismos. Salto de Página propone ahora una edición abreviada de este proyecto, recogida bajo el título El truco preferido de Satán, y que añade, a los fragmentos benjaminianos, un conjunto de fotografías de Alberto García-Alix, con el propósito no tanto de servir de ilustración a lo escrito como de abrir el marco de resonancia que un proyecto tan ambiguo en su definición como el de Benjamin podría sugerir.

La operación es feliz, como feliz es la decisión de integrar este Benjamin condensado en una colección de poesía, pues, como señala su traductor y prologuista, Jenaro Talens, «desde los presocráticos hasta hoy, la ambigua relación que han mantenido los filósofos con los poetas parece haberse sustentado en la imposibilidad que ambos colectivos comparten: la de no poder manifestarse sino a través de metáforas». El libro es una magnífica puerta de entrada al talento literario de Benjamin y a su estatura como pensador. Vagar por estas páginas que hablan de drogas, moda, coleccionismo, burgueses y mercancías es una aventura estética e intelectual de primer orden. Y un homenaje consecuente a quien dejó escrito, antes de que el horror de la razón instrumental le arrancara la vida, que «el laberinto es el camino correcto para aquel que todavía llega lo suficientemente pronto a su meta».