Palabras para arrebatarle el amor a la muerte

Hasta 2007, el estadounidense de origen guatemalteco Francisco Goldman (Boston, 1954) era un reputado novelista y periodista que, dos años antes, había unido su vida a la joven escritora mexicana Aura Estrada. De él recordarán los lectores La larga noche de los pollos blancos (Anagrama, 1994) o esa magnífica crónica de denuncia que es El arte del asesinato político (Anagrama, 2009), desencadenada por la muerte a golpes del obispo Juan Gerardi, días después de haber presentado su informe sobre las violaciones de derechos humanos perpetradas por los militares guatemaltecos.

En 2007, sin embargo, el fatídico mazazo de una ola acabó en Oaxaca con la vida de Aura Estrada y sumió a Goldman en un pozo de dolor ahondado por las acusaciones de los familiares de la difunta. Tras seis meses de intentar en vano ahogar su pena en alcoholes, Goldman se precipitó sobre la página en blanco y dio forma a este logradísimo y nada melodramático intento de recuperar cada instante de su trágica historia de amor.

Una odisea alcohólica navegando entre barro

«Tienes treinta y cuatro años y ya estás dos tercios destruido». Ésa es la voz a la que alude el título de esta hipnótica novela de Ron Butlin (Edimburgo, 1949). Una voz en segunda persona con la que el protagonista se describe a sí mismo, con opresora frialdad, pero sin alharacas, su descenso a los infiernos del alcohol. Además de 34 años, Morris tiene un trabajo de ejecutivo que desempeña con eficacia, midiendo las dosis de veneno que han de ingresar en su sangre para sortear con éxito, y con ayuda de Bach o Schubert, los peligros del día. Como en una navegación oceánica, braceando en un mar de barro.

Morris, casado y con dos hijos, vive al borde de la catástrofe, con «la angustia de la representación; de no poder cometer ni un error olvidando una frase o perdiendo un pie». Sin duda habrán leído más de una odisea alcohólica. Pero en ninguna la voz del adicto les habrá interpelado con tal clarividencia ni se habrá ido ensordeciendo tan pasmosamente a medida que avanza la historia.

Virginia Wolf: del cómic de su vida a su primera novela modernista

La habitación de Jacob (1922), tercera de las novelas de Virginia Woolf (1882-1941), figura en todas las noticias sobre su vida y su obra como la narración bisagra con la que dejó atrás el realismo para sumergirse en el modernismo, que viene a ser el nombre que las vanguardias históricas adquirieron en la literatura anglosajona. No en vano, aunque no esté a su altura, La habitación... comparte año de edición con bagatelas como Ulises o La tierra baldía.

La ambigüedad es el concepto que preside la novela. Ambigüedad derivada de la utilización de múltiples puntos de vista ajenos para contar la vida de Jacob -desde su infancia hasta su muerte en la I Guerra Mundial-, ya que la perspectiva del protagonista se reserva en exclusiva a algunos pasajes viajeros por Italia y Grecia. El resultado es que Jacob aparece en buena medida como un vacío, como una ausencia elegiaca delimitada por las palabras de los otros. Todo un clásico, ausente desde hace dos décadas de las librerías españolas, que junto a la deslumbrante m, de Juan Vilá, le sirve a la editorial Piel de Zapa para hacer su prometedora presentación en sociedad.

Quienes pretendan conocer de un modo sencillo, riguroso y bello los principales ejes en torno a los que giró la vida de Woolf tienen en las librerías un cómic que les resolverá la vida. Dibujado por Bernard Ciccolini sobre guión de Michèle Gazier, el volumen inaugura la colección «El chico amarillo» de la editorial Impedimenta y pretende ampliar la imagen común de la portentosa escritora, cuya vida ha quedado resumida para tantos en un suicidio en las aguas del río Ouse con los bolsillos llenos de piedras. La bulliciosa infancia de una niña glotona que reía, jugaba y ¡ay! sufría abusos de un hermano da paso a una juventud marcada por las intensas idas y venidas del grupo de Bloomsbury, el matrimonio, los amores lésbicos y las infructuosas tentativas de escribir novelas, antes de deslizarse por la pendiente de una madurez depresiva asediada por insoportables migrañas.