Acaba de celebrarse una nueva entrega del concurso de canto «Francisco Viñas», que tiene su sede en el teatro del Liceo de Barcelona y que este año tenía un aliciente particular: festejaba su medio siglo de vida, con lo cual el concurso se vio complementado con la edición de un libro y un DVD conmemorativo, además de una exposición relacionada con el mismo.

En el contexto español hay que celebrar como corresponde una iniciativa cultural sostenida en el tiempo y, a la vez, con tan buenos resultados, fruto del trabajo discreto y eficaz de sus organizadores, que han sabido mantener viva la memoria del mítico tenor catalán. El Viñas convoca, cada edición, a centenares de cantantes de todo el mundo, que acuden a diferentes pruebas de preselección hasta llegar a la final, que tiene lugar en Barcelona. Los que acuden a esta última etapa han tenido un proceso minucioso de criba, lo cual dificulta notablemente la elección de los finalistas y ganadores porque ya se llega a unos umbrales de calidad elevados.

Cuando se contempla la trayectoria de premios del concurso se observa quizá la característica esencial que define el certamen: el rigor de los diferentes jurados, que ha proporcionado, en líneas generales, que los galardonados en cada edición hayan podido seguir adelante en el mundo de la lírica. Y muchos de ellos, además, convertidos en verdaderas estrellas. Es un aval tremendo, frente a otras iniciativas similares que no han sido capaces de cimentar tan algo grado de prestigio internacional. Muchos cantantes han ganado con justicia el Viñas, y por cercanía debe mencionarse a la soprano asturiana Beatriz Díaz, que venció hace unos años y para la que el premio supuso un fenomenal impulso a una carrera que ya estaba muy bien encarrilada pero que desde entonces no ha parado de crecer.

En un mundo tan competitivo como es el del canto este tipo de proyectos son esenciales para descubrir las nuevas voces, siempre y cuando el planteamiento de los mismos sea el adecuado. Muchos han arrancado con mucha fuerza, pero poco a poco han dejado de tener peso en los circuitos líricos por la pérdida de credibilidad que supone dejarse llevar por determinados intereses antes que por la calidad objetiva de cada concursante. Todo lo contrario del Viñas, que ha sabido mantenerse fiel a criterios profesionales, convirtiéndose en referencia y trampolín para las nuevas voces. No fue una casualidad que en la primera edición de los Premios Líricos «Teatro Campoamor» fuese precisamente el concurso catalán la institución premiada por su contribución desde España, muy significativa, al desarrollo de la lírica. Fue un acto de justicia, una apuesta segura ante una de esas iniciativas que vertebran y definen como avanzada la cultura de una sociedad determinada. Estos cincuenta años estoy seguro de que servirán para seguir adelante con mayor ilusión y renovadas energías.