El proyecto expositivo (instalación, dibujos, pintura) que Jorge Nava (Gijón, 1980) presenta en la galería Guillermina Caicoya de Oviedo con el título de «Seres vivos» da un paso más en la búsqueda de un lenguaje que le permite definir su propio estilo, «ser lo que quiero ser». En ese trayecto, iniciado hace ya doce años, el artista ha ido aglutinando vivencias, contactos, realidades... todo un cúmulo de experiencias que afloran a la hora de desarrollar una forma de hacer en la que Nava deja un amplio rastro de su forma de ver el mundo.
En «Seres vivos» esa mirada, siempre tendente a la dureza, se suaviza en relación a exposiciones anteriores, «es más madura, más poética y menos salvaje», comenta, consciente de que muchos de sus anteriores trabajos partían de una apuesta más cruda y descarnada, como se pudo ver en las muestras que presentó en el año 2010 en el Antiguo Instituto de Gijón y en la galería Vorágine, de Avilés.
Ahora, los hombres y mujeres, las flores y el resto de seres que pueblan la galería Guillermina Caicoya hasta el próximo 27 de febrero ofrecen una serie de imágenes menos agresivas pero con un trasfondo más complejo y profundo, porque Nava ha pulido el lenguaje con un resultado que deja a la vista «una forma poética y metafórica» de acercarse a los habitantes de sus cuadros. Y esa intención queda de manifiesto en ese juego de ambigüedades que representan sus contenidos: flores antropomórficas, mujeres que parecen flores o esqueletos que simulan estar más vivos que muertos. Tras la doble lectura que sugiere la obra plástica de Jorge Nava hay lo que él denomina «un acercamiento poético a la pintura», una etapa final del proceso de evolución iniciado hace años con el objetivo de «definir un estilo».
Aunque en esta muestra, formada por un amplio despliegue de obras de diferentes formatos, el color pasa más inadvertido que en anteriores montajes, hay que tener en cuenta que ha sido y sigue siendo un elemento destacado de su universo artístico. Así ha podido constatarse en el empleo del negro predominante y alusivo al inconsciente de la serie «El sótano», o en el rojo y blanco que subrayaba el ambiente de inspiración romana de «La habitación de la carne», de la galería Vorágine.
En «Seres vivos» ese color se matiza en tonalidades rosáceas y violetas, más cercanas al propio cuerpo humano, para subrayar con ellas los rasgos surrealistas de algunos lienzos. El resultado es una exposición «optimista», con una veta poética a la que Nava se acerca cada vez más.