La gente hace siempre lo correcto por el motivo equivocado.

Ava. Una mujer de cuidado. Mezcla de sangres: nacida en Hong Kong, criada en Canadá. La ves y no intimida: 1,60, 52 kilos. No hay que dejarse engañar por las apariencias de fragilidad de la protagonista de El abrazo de la tigresa: domina el pak mei, una variante del kung fu con la que puede causar estragos si no hay más remedio. Ava Lee (el homenaje a Bruce Lee es evidente) tiene un encarguito: resolver la misteriosa desaparición de cinco millones de dólares. La misión dará con sus peligrosos huesos en la Guayana, un exótico escenario ideal para un menú potente de intrigas y violencia. Un lugar donde el agua del grifo siempre sale marrón y las carreteras tienen baches que pueden tragarse el morro de un coche. «No parecía un lugar muy apropiado para unas vacaciones». Desde luego.

Ava tiene una profesión curiosa: especialista en rastreo de capitales robados: tiene «un talento increíble para encontrar personas y dinero». Ava se considera canadiense pero «conservaba aún las costumbres que le había inculcado su madre, como tener siempre llena la olla arrocera y un termo con agua caliente en la cocina».

Es «delgada pero no esquelética» y tiene los glúteos y las piernas «bien definidos gracias al ejercicio que hacía corriendo y practicando pak mei. Sus pechos eran más grandes de lo normal entre las mujeres chinas». Su uniforme de trabajo: pantalones y camisas, alguna joya y maquillaje. Una apariencia atractiva, elegante y de persona competente». Una frase para entenderla mejor: «Sé valerme sola».

Vista atrás: «Había empezado a practicar artes marciales a los doce años y casi enseguida había demostrado una habilidad especial para ellas. Era rápida, ágil y temeraria (...) A los quince años su destreza podía equipararse a la de su maestro». ¿Y qué es el misterioso pak mei? «Se enseñaba de persona a persona y pasaba tradicionalmente de padre a hijo».

Era, en opinión de Ava, «el arte marcial perfecto para una mujer. Los movimientos de las manos eran rápidos, ligeros y breves; restallaban llenos de tensión hasta su máximo alcance, momento en el que liberaban toda su energía. No hacía falta mucha fuerza física para que surtieran efecto. Los golpes de pak mei estaban ideados para hacer daño». Ava no es fanfarrona, la chulería no va con ella. Le dicen que es «condenadamente buena» en su oficio y ella esquiva el halago: «Eso no significa que siempre logre lo que me propongo». Elige bien las palabras y mucho mejor las preguntas. Tiene el sentido del humor justo para ser necesario, y registra escenarios y personas con precisión inquietante. Y le va bien que el mundo vaya mal: «A grandes males, remedios drásticos».

Drástica se muestra cuando no hay más remedio: en treinta segundos puede hacer morder el polvo a dos gigantones. Qué tal el paseo, le preguntan luego. Bien, contesta. Sin inmutarse. Ian Hamilton no se deja llevar por las prisas ni los fuegos de artificio en su primera y notable novela, con una protagonista que da mucho juego, secundada por secundarios bien matizados y un ritmo que se niega a tomar un respiro.