La fotografía poética de Chema Madoz (Madrid, 1958) le ha valido el premio nacional de una especialidad cuyos contenidos ha subvertido desde su nueva visión de los objetos.

-¿Fotógrafo o artista?

-Mis imágenes llegan al espectador a través del soporte fotográfico y mi manera de trabajar se ciñe más a la fotografía. Se unen otras influencias, pero me gusta seguir considerando lo que hago fotografía, un mundo que tiene el atractivo de poder trabajar desde perspectivas dispares.

-Su fotografía asocia objetos cotidianos que nada tienen que ver formando una nueva imagen. ¿Cómo llega a ella, por impulso o por reflexión?

-Llegas después de una serie de años y de ir creando un lenguaje o una manera de contar las cosas. Vas tomando conciencia de qué supone ese ejercicio de comunicación, jugando con unos códigos y limpiando todo lo accesorio de la imagen.

-¿Objetos posibles o imposibles?

-La idea de objeto imposible me es un poco ajena porque no hago objetos que caigan en el absurdo. Es un ejercicio centrado en el objeto, en los usos de cada objeto o en los añadidos, pero no trato de hacer un catálogo de objetos imposibles, que ya se ha hecho y que es un ejercicio interesante y divertido pero que se puede quedar en el gag. Mis objetos están trabajados desde un punto de vista propio, más personal y no sé si más poético, aunque me resulta complicado decirlo así.

-De hecho, dicen que sus fotografías son poemas visuales que cuentan historias.

-Son imágenes, pero siempre me ha interesado la parte más narrativa con la que te encuentras. Con la poesía tiene una relación más directa porque juega con la idea de transmitir emociones con los mínimos elementos posibles.

-¿Es complejo pasar de la idea a la imagen?

-Hay imágenes que se resuelven con mucha facilidad porque son sencillas y otras en las que los procesos son complejos, a lo mejor por bobadas o porque no das con lo que buscas. Me interesa que las imágenes respiren cierta levedad y que aparezcan cuanto más simples y sencillas, mejor. A veces hay que dejarlas respirar.

-Y siempre en blanco y negro. ¿Por qué?

-No lo sé. Sí que es cierto que al final tiene que ver con tu juventud o tu adolescencia, donde todas las imágenes que te llegaban eran en blanco y negro. Pero también es cierto que la imagen en blanco y negro tiene mucho que ver con el tipo de trabajo que hago, que marca cierta distancia con la idea de la realidad, de reelaboración de la realidad. Prescindir del color lleva a objetos distintos, a un territorio en el que jugar con ellos es más natural.

-¿Hay crítica en sus fotos?

-Hay, en la medida en que las imágenes que se muestran son una especie de disconformidad, de no estar satisfecho con una mirada anodina o plana, que parece que para sacar algo interesante hace falta salir de nuestro entorno. Estamos rodeados de cientos de pequeñas cosas capaces de hacernos tomar conciencia de otras realidades.

-¿Están bien considerados los fotógrafos españoles?

-No. Estoy convencido de que en este país hay fotógrafos con trabajos maravillosos y a la misma altura de fotógrafos del mercado internacional. Sin embargo, la fotografía está en un punto en el que falta otro paso, falta el reconocimiento. Hay algo que hacemos mal , algo que se nos escapa -a los fotógrafos, pero también a las instituciones, a las galerías- para que la fotografía española no tenga aún el peso que se merece.