Don Winslow (Nueva York, 1953) se presenta como un escritor de best seller de ficción criminal. Sin embargo, es algo más. Su poderosa novela El poder del perro (Mondadori, 2009) provocó que hasta el gran James Ellroy declarase: «Es una obra maestra». Michael Mann identificó en sus páginas a ciertos políticos norteamericanos. Y los directores Oliver Stone y John Herzfeld se atrevieron a trasladar a la gran pantalla dos de sus obras: Salvajes y Bobby Z, respectivamente.

El poder del perro nos habla sobre el narcotráfico en México y Estados Unidos. Una mirada que nos hace reflexionar: si el verdadero problema se encuentra en las fronteras mexicanas; entonces, ¿qué carajo ocurre con la droga en el itinerario hasta Nueva York u otra ciudad? En esos miles de kilómetros, ¿nadie detecta la sustancia ni la interviene? Lagunas sin aclarar que él intenta responder desde una extensa documentación y un conocimiento de los territorios por los que transcurre la trama: Nueva York, San Diego, los desiertos mexicanos y el río Putumayo en Colombia. Un thriller épico, coral y sangriento, cruzado por decenas de subtramas. Es un gran tratado de cómo se mueven los cárteles de la droga. Todo ello a un ritmo ágil en medio de la crudeza. Escrita en el estilo que se ha forjado con los años: frases cortas, verbos de acción (obviando la metanovela y los verbos que te hacen lento, pesado, objetivo seguro de cualquier bala) y obviando adverbios y adjetivos innecesarios. «Hay que escribir bien, pero también denunciar», ha dicho en cierta ocasión. Y su conclusión suele ser que la legalización de las drogas aliviaría el problema, como ocurrió con la derogación de la «ley seca», lo que le ha valido la inquina de algún político republicano.

Hasta llegar ahí, Don Winslow comenzó en este negocio en 1991 con un detective, Neal Carey, cuya saga vio cinco novelas y desapareció de las librerías cinco años después. Ahora, de la mano de la editorial Mondadori, se rescata Un soplo de aire fresco, la primera de las aventuras y la primera novela que escribió Winslow. El contraste de estilo y ritmo con el Poder del perro es abismal, pero también es lógico: era su primera novela, pese a las críticas elogiosas que recibiera, y han transcurrido casi veinte años entre ambas.

Antes de adentrarnos en Un soplo de aire fresco, conviene que hagamos un poco de historia sobre los protagonistas de la ficción criminal. En un primer momento, el detective deductivo ganó la partida durante años. Luego -después de la crisis del 29- se impuso el detective hard boiled, que fue hegemónico tanto en el cine como en la novela hasta los sesenta. A partir de ahí, el antihéroe tuvo sus años de gloria, pero llegaron las políticas internacionales de Ronald Reagan y Margaret Thatcher e impusieron su contranarrativa. Ahí nació, en el cine y la novela, el «action man», del cual sufrimos de vez en cuando alguna de sus secuelas. Ya entrados en los noventa y casi hasta nuestros días, se ha impuesto el detective posmoderno. Un sujeto sin identidad propia y con más capas que una cebolla. Un verdadero pastiche de los años anteriores sin aportar nada nuevo. Los autores hasta le suelen añadir algunos achaques, «para hacerlo más creíble», defienden, por defender lo indefendible, supongo.

Un soplo de aire fresco se publicó en 1991, un año a caballo entre una época y otra. Es decir, Don Winslow forjó a su protagonista en tierra de nadie. Nos presenta un muchacho de 11 años que se estrena en sus primeros robos y que es violado por el macarra de su madre. Es un chaval solitario e infeliz, hasta que le hicieron leer a Dickens y se identificó con Oliver Twist. A falta de padre, había encontrado a su modelo en la literatura. Luego llegó el aprendizaje en las calles y la tutoría de un veterano buscavidas manco. Aprende los gestos mecánicos de la gente para poder robarles, desarrolla el don de la observación, cómo seguir a alguien, cómo escapar de alguien y cómo encontrar cosas estáticas o en movimiento escondidas en un espacio. «El espacio», lo verdaderamente importante. «Los buenos policías asumen el control del espacio. Los de pacotilla muestran la placa», nos dirá. También boxea, pero en realidad quiere ser profesor de literatura inglesa. Pero, claro, los estudios cuestan dinero. Ahí es el momento que ha de compaginar estudios y trabajo en la agencia Amigos, vinculada a un banco de Nueva Inglaterra al que no le gustan los escándalos. En esta primera novela de la saga le encargarán la localización de una niña de papá que se ha fugado de casa y la última pista la sitúa en Londres. Con una endeble pista y un montón de incertidumbres inicia la búsqueda. A partir de ahí el autor lo traslada a la neblina de Londres, a las noches de una gran ciudad, donde lo duro es suave y lo sórdido se transforma en pintoresco, es decir, a su «main drag». Mostrándonos que, para Winslow, la capital londinense no tiene secretos. Una excelente ambientación y un gran personaje, que tuvo la mala suerte de nacer en una época donde mandaban los «action man» y los posmodernos estaban en manos de la partera. Tal vez se lea mejor ahora, con la distancia que dan los años. Un personaje, en conclusión, que ha envejecido bien.