Los convencionalismos sociales son muchos en Inglaterra, pero aún más los que se ríen de ellos. Alan Bennett es uno, con sus aclamados libros. En el último, Dos historias nada decentes, publicado en España por Anagrama como los anteriores, no decepciona, pero tampoco sorprende. Algo que no está del todo mal para los fieles seguidores de un estilo.

Bennett se expresa bien en la distancia corta de sus relatos largos o de sus pequeñas novelas. Sus libros son ligeros, pero no intrascendentes, contienen diálogos graciosos y exploran el lado oculto de los personajes hasta que la bomba explota. Todas las vidas tienen sorpresas, acostumbra a decir el escritor. Pero algunas permanecen escondidas en el armario.

Su retrato de la clase media británica no es tan corrosivo como el de Waugh, ni su escritura puede compararse a la del autor de Decline and fall. Tampoco resulta igual de desternillante que Wodehouse. Su humor podría decirse que es serio, en ocasiones condescendientemente cruel, pero se mueve en un escalón inferior de la sátira a la misma altura de Saki o Joe Orton, si hay que hablar de la vertiente teatral en la que Bennett se mueve como pez en el agua.

Dos historias nada decentes incluye efectivamente dos historias de gente corriente que viven en un entorno convencional y no pierden la oportunidad de escapar de sus rutinas. De manera que echan unas canas al aire. El trasfondo esta vez es sexual, pero concebido según el planteamiento de Lord Chesterfield, que dijo aquello de que «en el sexo el placer es momentáneo, las posturas ridículas y el gasto condenable». En la primera, una viuda decide sacarse un sobresueldo como actriz, simulando síntomas en las prácticas de unos estudiantes de Medicina. En la segunda, un atractivo asesor de inversiones se casa con una mujer muy poco agraciada, pero forrada de dinero. Las cosas no son como resultan a simple vista, del mismo modo que ocurre en la vida real.

No creo que Alan Bennett sea un «tesoro nacional» para los ingleses como se dijo el día en que recibió el «British Book Award» por su obra. Sin que haga falta llegar a esos extremos, sí resulta, sin embargo, un escritor divertido, con un oído estupendo para captar y posteriormente reproducir el contraste cómico entre la pequeña burguesía y la respetabilidad: sus funciones corporales, ciertos comportamientos sexuales polimorfos y el odio que las parejas sienten entre sí con el paso del tiempo. Eso lo hace muy bien. «La gente habría dicho que los Forbes eran un matrimonio feliz, y en cierto modo lo eran. La señora Forbes se sirvió otro jerez» (página 134). Esposas que sueñan con ser viudas para tomar las riendas de su vida, vender la casa, mudarse a un apartamento, comprar fulares e ir al teatro. Maridos que se desahogan, como el señor Forbes, garabateando notas sobre las torturas y las violaciones en la Italia del Renacimiento o chatean con amigas desenvueltas a través de internet, lo que nos conduce por una especie de túnel a un tiempo más próximo a la Inglaterra de los tapetes hechos a ganchillo de los noventa que a la actual.

En estas dos novelitas nada decentes de Bennett el sexo, ya digo, es el hilo conductor que emerge de las vidas convencionales de sus protagonistas y forma parte de un secreto que no lo es tanto. Al final acaba revelándose como algo de lo más cotidiano, distante de la insinuación pornográfica que se desprende del título en inglés, Smut, palabra que en términos coloquiales describe en general todo aquello relacionado con la obscenidad sexual. Aunque el autor se haya propuesto coquetear con ella y olvidarse por una vez de su imagen cultivada de buena educación. Que el libro resulte subversivo para ciertos lectores es harina de otro costal. Yo no veo subversión en los personajes deslocalizados de Bennett, pero sí he pasado un rato entretenido leyendo estas dos historias nada decentes que de ningún modo, creo yo, podrían considerarse indecentes.