No son las palmeras salvajes de Faulkner, sino los frágiles iconos de una amenazada forma de vida: siempre la codicia de la piqueta. Y los símbolos también, en los que anidan el herrerillo y otros pájaros felices, de una resistencia última contra el avance del cemento de la especulación. Una metáfora, si me permiten, de un tiempo que se cobija acorralado en minúsculos solares urbanos: las «últimas banderas/ que alientan felices sueños/ y saludan desdeñosas...», en palabras de Pilar García Barrón, que expone estos días en la sala de la Fundación Alvargonzález, en el barrio viejo gijonés, una veintena de óleos en los que esta artista autodidacta muestra, desde la asumida convención de géneros pictóricos de larguísima tradición (el paisaje, el retrato, el bodegón...), una muy iluminada pincelada propia.

La artista, nacida en León en 1956 y afincada en Gijón desde hace años, maestra de profesión, ofrece en Las últimas palmeras los trabajos y los días de una atenta y sensible mirada hacia lo cotidiano: los barrios y la ciudad en la que vive, sus árboles y fuentes, los seres queridos, los vecinos anónimos y los amigos que comparten aceras y bares, el último dulce (una palmerita, claro) en el platillo al que un niño acerca su mano inquieta. Pilar García Barrón, que llega a su tercera exposición con el anuncio de un cambio en sus códigos expresivos (una de las obras de esta muestra señala ya esa dirección), necesita poco para desnudar esa sensibilidad alerta. Le bastan unas cuantas palmeras (¿es el árbol «al final de la mente» que cantó Wallace Stevens?) como hilo conductor de un relato plástico y de una manera de ver el mundo, de estar en el mundo.

Pilar García Barrón, que se inició en la pintura hace unos diez años, tras experimentar antes con la cerámica, se ha sentido hasta ahora muy a gusto bebiendo de las inagotables fuentes de una figuración que conserva, a veces, los retazos de algunos posimpresionistas. Pero el espectador intuye, ante algunos de estos lienzos, que la artista puede dejar en cualquier momento este camino para aventurarse por otros horizontes. Es pronto para decir hacia dónde se dirige, aunque es posible que su pintura mude hacia planteamientos menos explícitos. Sea así o no, estamos ya ante una pintura bien resuelta, dentro de la aparente modestia de la propuesta estética por la que se guía «Las últimas palabras». He disfrutado, por ejemplo, con la urraca que pinta en la enramada o con el tríptico en el que, a partir de una fuente de la gijonesa plaza de Europa, despliega imágenes del fracaso y la esperanza.